Diría que primero llegó la incredulidad. Eso de “esto no puede estar pasando”. Pero como la injusticia, el conflicto, lo bélico y las muertes a nivel internacional, son una constante, cerquita del asombro ante lo que acontece aparece también una especie de adormecimiento anestésico. Sobre todo si la barbarie pilla lejos. Total, ¿qué se puede hacer, no? Pero casi de inmediato y con una larga historia a sus espaldas, el conflicto no es tal, sino invasión; y la guerra no existe, se trata de un genocidio. A las muertes por disparos y bombas se les suman las que provocan la hambruna.Y esos datos de muertes hablan de la vida de niñas y niños, mujeres, hombres, personas que tuvieron la mala suerte de vivir y crecer en un lugar en el que se permite la masacre.

Hablo de Palestina. Del genocidio que se perpetra en Gaza por parte del gobierno de Israel, con la complicidad de Europa, Estados Unidos, y vete a saber qué más.

La costumbre amortigua el asombro. Entonces llega la vergüenza. No solo de ser europea, sino de ser persona, de esta especie que permite que esto pase en pleno siglo XXI. Y te identificas con la antropóloga chilena Rita Segato cuando dice que se declara exhumana. “Porque no quiero pertenecer a esta especie siniestra y genocida”, declara en una entrevista que se ha hecho viral.

Aparece también la impotencia y las preguntas. ¿De verdad la ciudadanía no puede hacer nada? Pero, ¿qué se puede hacer? Y una entiende que en el pequeño margen que esta dictadura israelí contra el pueblo palestino te deja como individua está la posibilidad de no callarte. Así y asao. De ser coherente, es decir, de equilibrar lo que piensas y lo que haces. De responsabilizarte y desterrar el silencio. Porque el activismo y la resistencia no casan con la omisión. Tengo un amigo que suele decir una frase, que también repite y ejecuta mi madre aunque con otras palabras, que intento no perder de vista, en la medida de lo posible: “que nada ni nadie secuestre tu voluntad”.

Vale, haces esto y lo otro. Compartes, denuncias, das la cara. Te resulta imposible pensar, escribir y mucho menos difundir contenido que no tenga que ver con el genocidio en GAZA. Y entonces piensas en el poder del cuerpo como un discurso de denuncia. La historia de la danza está llena de ejemplos. Y te preguntas si alguien, coreógrafas, bailarinas, bailarines, sienten la necesidad de contar a través del movimiento que esto no, que ni de coña. Piensas en cómo ofrecer un trabajo de comunicación para sus cuerpos (los que quieran o puedan) como discurso de rechazo y solidaridad. Hablo con Mamen y Elvira, dos colegas periodistas, fabulosas y comprometidas. Ni se lo piensan.

Era domingo por la tarde, primer día de la ola de calor infernal de este verano. Nace DanZA por GaZA. Una pequeña historia de empatía y colectividad que firma buena parte de la comunidad de creadores del movimiento y que todavía se sigue escribiendo en Instagram.

 

“Mientras estés bailando, puedes

romper las reglas.

Algunas veces, romper las reglas es tan sólo

extender las reglas.

Algunas veces no hay reglas”. Mary Oliver.

 

#stopalgenocidioenGaza #freepalestine

 

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