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Dando voz a la España vaciada

  • noviembre 2, 2025
Por Sergio Díaz

Laura Santos: "Una obra como esta creo que es necesaria para que miremos con otros ojos a la gente de campo"

Laura Santos es una creadora de largo recorrido que hace un tiempo decidió irse a vivir a un pequeño pueblo de Ávila llamado Navacepedilla de Corneja. Desde allí opera con su compañía Almealera, una iniciativa de creación artística que nació con un fuerte vínculo con las comunidades y sus territorios, como bien demuestra en todos sus trabajos.

En noviembre estará en Madrid con dos de sus propuestas: Una rueda que da vueltas, una obra que aborda la vida en el campo a partir de los recuerdos de la última generación viva de molineros y molineras de agua y que podrá verse el 6 de noviembre en el Teatro Pradillo dentro del Festival Pendientes de un Hilo; y su último trabajo, Yo nací en un surco de judías, una obra protagonizada por Belén de Santiago, Patricia Arroyo y la propia Santos, que se estrena de forma absoluta el 29 de noviembre en Espacio Abierto Quinta de los Molinos.

 

 

Foto de portada: Laura Santos. ©Paula Maceiras

Llevo haciendo entrevistas desde 2003. No sé cuántas habré hecho ya en estos 22 años, pero puedo decir que esta es una de las más especiales, por la persona a la que entrevisto y por el lugar en el que se realiza. Laura es alguien muy cercano a una de las personas más importantes de mi vida, mi amiga Yolanda, que junto a Arantxa, Rosana y Mari Carmen, son mis ‘amigas del pueblo’, a las que conocí cuando yo tenía 13 años.

Yo no conocía de nada a Laura hasta ese momento en el que nos citamos para esta entrevista, pero cuando acabamos la charla es como si nos conociéramos desde siempre, por su visión del mundo y porque lo que cuenta -y cómo lo cuenta- son cosas que me interpelan y me tocan. Son recuerdos y vivencias muy parecidas en nuestros respectivos pueblos. Ella, en Navacepedilla de Corneja, un pueblo muy bonito situado en la parte alta del valle del Corneja y en el que pasé el mejor día de mi vida. Yo, en un pueblo cercano, el lugar donde están mis raíces y al que cada poco tiempo vuelvo: Piedrahíta, también en Ávila.

Una luminosa tarde de otoño quedo con Laura Santos en el Pilón de Arriba. Nos sentamos en los bancos de piedra debajo de los pinos. Enfrente está el Palacio de los Duques de Alba. A escasos 50 metros está la casa de mis abuelos. El sonido del agua saliendo del caño del pilón se cuela en mi grabadora, pero da igual, es un sonido precioso que llevo escuchando 46 años de mi vida.

 

Laura, ¿de dónde viene tu amor por las Artes Escénicas?

Tengo el recuerdo de mi madre leyéndome la lista de actividades extraescolares y cuando dijo Teatro yo dije que me apuntaba a eso. Mi primera clase de Teatro fue con cinco o seis años y ya me encantó desde el primer momento. Así que es algo que tengo ahí anclado desde la infancia, y sin saber muy bien la razón, porque claro, siendo tan pequeña tampoco tienes referencias. Pero yo en el Teatro encontré un lugar del que no quería irme y ha seguido siendo así siempre.

 

¿Y cuando te propones que puede ser un modo de vida?

Desde adolescente ya empecé a tener claro que yo quería profesionalizarme, que quería formarme en eso. Yo soy de Madrid, y recuerdo que mi madre llamó a la RESAD para preguntar qué podía hacer su hija para iniciarse en las Artes Escénicas, porque lo tenía muy claro. Habló con la Jefa de Estudios de entonces y le dijo que su hija se tenía que empezar a formar en todas las disciplinas posibles: Teatro, Danza, Canto… y eso hice. Durante la adolescencia me formé en todo lo que pude. Cuando cumplí 18 años me presenté a las pruebas de la RESAD y no me cogieron, entonces hice un primer año en una escuela privada como es el Laboratorio William Layton, y luego ya a la segunda vez que lo intenté sí que entré en la RESAD, y allí hice el resto de mi formación.

 

Laura Santos. ©Paula Maceiras

 

¿Nunca hubo un plan B, siempre fueron Artes Escénicas?

Siempre he sido muy curiosa, me han gustado también otras cosas y me he acercado a otras disciplinas, pero es verdad que mi fantasía principal era vivir del Teatro, y en ello estoy.

 

¿Cómo nace la idea de montar compañía propia? ¿Cuál era el objetivo?

Antes de tener mi propia compañía, Almealera, yo tuve un proyecto con Miriam Montilla, que es una actriz y amiga. Juntas desarrollamos un proyecto del que yo estaba muy convencida de que iba a ser un éxito porque estaba absolutamente enamorada de la historia. Era una obra basada en una novela de Marta Sanz, Daniela Astor y la caja negra, un proceso de trabajo muy bonito en el que además la autora estaba también implicada. Yo estaba convencidísima de que iba a ser un éxito, porque la historia me parecía increíble, como te digo. Pero la obra no funcionó como esperábamos. A ver, conseguimos actuar en el Teatro Fernán Gómez, lo cual fue una pasada, pero yo esperaba haber podido estar más tiempo girando con la obra, la verdad. Y ese proceso, en el que fuimos actrices y productoras de este espectáculo y las cosas no salieron del todo como teníamos pensado, lo recuerdo de una forma agridulce. Ese momento fue un punto de inflexión en mi vida. Me agoté de Madrid, me agoté de los tiempos de Madrid, de intentar hacer el Teatro como se supone que se tiene que hacer en Madrid para triunfar, me agoté de los formatos teatrales grandes… no sé, decidí parar y tomarme un tiempo para pensar por dónde quería seguir. Esa maraña tan compleja que es hacerse un hueco en Madrid provocó en mí un dulce naufragio, por todo lo que ha venido después.

 

¿Almealera nace un poco de una desilusión o un desencanto?

Un poco sí, pero también, por no tener sólo una mirada negativa, yo creo que era algo que bullía en mí desde siempre, aunque no lo supiera y por algún lado salió. Yo soy de Madrid. Cuando era pequeña mis padres compraron un molino abandonado en un pequeño pueblo de Ávila, Navacepedilla de Corneja. Yo pasaba allí los veranos y cada vez que me volvía a Madrid me iba súper triste, lloraba, no me quería ir…

 

Conozco esa sensación, a mí me pasaba lo mismo al terminar el verano e irme de Piedrahíta.

Pues sí, eso es, la misma sensación de pena infinita (risas). Yo me hubiera quedado a vivir siempre en el pueblo, pero en mi cabeza no entraba la posibilidad de poder vivir queriendo ser actriz y queriendo vivir del Teatro en un pueblo como este de 40 personas, en una zona de Ávila muy despoblada. Y con todo esto que te comentaba antes, con todo lo que pasó en el proceso de Daniela Astor y la caja negra, me tomé un tiempo para pensar en lo que quería hacer. Así surgió la opción de venir al pueblo, me nace el darle una oportunidad a reencontrarme con un lugar mágico de mi infancia en el que quería vivir. Ese algo que latía en mí desde siempre pero que nunca me había atrevido a afrontar, pues decidí que ahora iba a ser el momento.

 

Y en ese proceso vital surge tu primer espectáculo con tu compañía Almealera, Una rueda que da vueltas.

Sí, eso es, aunque te matizo un poco. Yo había estado trabajado con otras compañías y también había hecho muchos proyectos de teatro social o comunitario. Uno de estos proyectos se llamaba Si me quisieras, que es una función de Teatro Foro sobre violencia de género entre parejas adolescentes. Se compone de una obra de teatro de 25 minutos, y un Foro de una hora. La obra muestra diferentes situaciones cotidianas de desigualdad y violencia de género en una pareja adolescente, y las relaciones de ambos con sus amistades y familias. Es un proyecto que está englobado dentro de Almealera. Pero es verdad que el primer espectáculo largo creado íntegramente por mí con Almealera es Una rueda que da vueltas.

En ese punto de inflexión que tuve cuando me cansé de Madrid, pensé mucho en cuál era el tipo de teatro que yo realmente quería hacer. Y de pronto sentí una necesidad muy grande de hacer una cosa pequeñísima en todos los niveles, en el formato escénico, en cuanto a equipo, en cuanto a dinero, en cuanto a, por ejemplo, que los ritmos no estuvieran tan protocolizados, como esos 45 días estandarizados en todas las producciones, ¿no? De hecho, para hacer este proyecto estuve tres veranos entrevistando a molineras y molineros para recabar testimonios y me tiré unos cuantos meses más ensayando, porque también lo compaginaba con otras cosas. Y también quise explorar, por ejemplo, el trabajo con objetos, que te obliga también a hacer un formato muy pequeño. En fin, todo como muy reducido. Había encontrado un camino muy personal de expresarme y también encontré una historia que contar muy conectada con mi biografía.

 

¿Tu vinculación con la casa de tus padres, con ese molino de tu infancia, empezó a mover en ti esa necesidad de contar una historia sobre ese lugar?

Realmente lo que pasó, y que fue lo que hizo que yo empezara a grabar a gente, empezar a pedir entrevistas a molineras y a molineros, a esa última generación de personas que habían trabajado los molinos en esta comarca, fue que la mujer que había vendido el molino a mis padres tenía mucho interés en que ese molino siguiera vivo, de alguna manera, que no se cayera, que se rehabilitara. Tanto es así que ella venía a visitarlo de vez en cuando. Y en una de estas veces que vino a vernos, que yo ya tenía más de 30 años y habían pasado 30 años desde que mis padres lo habían comprado, me contó una anécdota vinculada con el río en invierno, que es que su padre la dejaba trabajando en el molino mientras él se iba al reparto, y que en invierno se hacía hielo en el rodezno, la rueda dentada del molino, y que ella con nueve o diez años tenía que bajar a picar el hielo del río que se había congelado para que pudiera seguir moliendo el molino. Y al contarme eso se le cayó un lagrimón. Y a mí me impactó muchísimo ese momento, ver que con la edad en la que ella me contaba que hacía eso, yo todo lo que hacía era jugar en el río en verano. Ese había sido mi vínculo. Y me impactó mucho sentir que llevaba 30 años disfrutando del molino y teniendo un vínculo muy fuerte con ese lugar, pero no conocía cómo había sido la vida de las personas a las que yo, de alguna manera, tenía que agradecer que luego hubiera podido disfrutar del molino de otra forma.

Entonces sentí como una especie de deuda y me entró mucha curiosidad por seguir conociendo historias en molinos. Con todas las historias que fue recogiendo, con tantas horas de grabación, yo ya tenía un vínculo muy fuerte con algunas de esas anécdotas y sentía que las tenía que contar. Y entonces, al final, me hice yo una cosa sola, poniendo yo mi dinero por empeño en saldar esa especie de deuda que tenía con ese lugar.

Yo vivía en un molino y con esta obra retrataba la vida en el campo a partir de los recuerdos de la última generación viva de molineros y molineras de agua. De pronto, me empezó a mover mucho hacer lo que yo hacía en un lugar donde no conocía a gente que lo hiciera, vivir en un territorio donde había una escasez cultural importante y sentirme útil.

 

¿Y has sentido que aquí puedes ser útil?

Sí, yo he hecho Teatro para gente que nunca había ido a ver una obra, y eso es algo que me emociona muchísimo. Y también al hacer procesos participativos con teatro documental, donde tú escribes un texto a partir de entrevistas a personas reales, también ha sido muy bonito ver cómo lo recibe la gente de los pueblos o la gente vinculada con los molinos, que de pronto se ven en un espectáculo de teatro como una comunidad que a lo mejor no suele protagonizar obras, no suele pisar los escenarios.

 

Lo que pasa que también en estos lugares con poca gente ser diferente no es fácil…

Totalmente. Es verdad que no podemos idealizar siempre la vida de los pueblos, porque tiene una parte también dura. No es fácil ser distinta. No es fácil ser ‘la artista’ en un pueblo de 40 personas. Pero también es bonito poder ofrecer algo como esto, porque en estos lugares hay mucha escasez de las cosas que yo hago, quizá hay menos demanda de cosas así porque no se ha generado también ese deseo, ese hábito. Y yo lo ofrezco. Yo me he acercado a muchos ayuntamientos y ha habido muchos donde ha habido interés y ha habido otros donde ni siquiera he tenido respuesta, también he lidiado con eso, pero muchos otros me han abierto sus puertas y hemos generado cosas muy bonitas con la gente de los pueblos. Ahora mismo es la etapa de mi vida en la que más trabajo tengo y, en parte, se lo debo a municipios de entornos rurales.

 

 

¿Y dónde fue la primera función?

Fue aquí, en Piedrahíta. En el espacio cultural. Fue una función muy caótica en la que no paraba de entrar gente. Yo pensaba que a lo sumo vendrían 50 personas, y vino más del doble. Yo lo que recuerdo es que mucha gente me vino a hablar muy emocionada después de ver la obra. Los padres de mi pareja, por cosas del destino, nada buscado ¿eh? (risas), también han sido molineros, y estaban muy emocionados al terminar de ver la obra, de hecho, uso cosas que me han dejado de su propio molino, de sus recuerdos, en la escenografía. También me venía gente tras la función a contar anécdotas, sobre todo del estraperlo, por ejemplo, que es uno de los momentos de la obra que a la gente más le toca, sin necesidad de ser molinero, pero que lo recuerda con mucha nitidez porque es algo que se vivía en todos los pueblos.

 

Aunque no fueras molinero, en aquella España de los años 50, 60 ó 70, todo el mundo tenía relación con el molino de una u otra forma, porque era el lugar donde se hacía la harina para el pan, alimento fundamental.

Claro, es así. Al final, Una rueda que da vueltas no sólo habla de los molinos, sino también de una forma de vida.

 

Algo que me resulta curioso. ¿Por qué decides hacer la obra con objetos en vez de hacer un teatro más de texto, digamos? 

De primeras me salió un texto muy narrativo, porque yo, al fin y al cabo, venía de formación textual en la RESAD, de teatro de texto, de diálogo de personaje, de conflicto con los otros personajes… y, de pronto, resulta que tengo entre manos un texto totalmente narrativo en el que yo encarno ‘tropecientos’ personajes que están narrando todo el rato al público y la verdad es que no me apetecía hacer un monólogo al uso. Un día me vino a la mente un espectáculo que yo había visto que se llama Conservando memoria de la compañía riojana El Patio Teatro. Era una obra que también hablaba de la memoria y era un homenaje a los abuelos de la protagonista de la obra. Hablé con ellos para ver si de alguna manera podíamos colaborar y El Patio Teatro ha sido muy importante en el proceso de creación de la obra porque han aportado su mirada y me han ayudado codirigiendo el espectáculo. Gracias a esa colaboración vi que los objetos de pronto podían dar esa tensión escénica que muchas veces, cuando tú tienes un texto a priori narrativo, parece que no tiene, porque además era un texto en el que parecía que no hablaba de grandes conflictos. A partir de ahí empecé a jugar con los objetos. También porque, poéticamente, los objetos que son los materiales del molino, como la harina y el agua, me parecían perfectos para darle una tensión a un texto que a priori yo lo leía y creía que no la tenía.

 

Y a partir de ahí esa primera función ¿cómo ha sido el recorrido?

La verdad es que hubo muy buen recibimiento. Hubo como unas 10 funciones ese verano en diferentes municipios en torno a Piedrahíta. Y aún se sigue moviendo. Este fin de semana pasado he estado en Ibiza con ella, imagínate. Lo que pasó también es que cogieron el espectáculo dentro de la programación de FETEN de 2024 y, a partir de ahí, la obra empezó a moverse muchísimo.

 

Quizá porque te dieron el Premio FETEN 2024 como Mejor Intérprete…

Sí, supongo que el premio ayudó mucho (risas). Yo, es que nunca había ido FETEN y no sabía lo que me iba a encontrar. Todo el mundo me había contado que un espectáculo en FETEN puede pasar sin pena ni gloria, o le puede ir muy bien, o le pueden salir algunos bolillos y ya. Entonces, yo iba un poco sin saber muy bien qué esperar, pero resulta que todo fue genial. Y el premio es una gran recompensa, claro.

 

Ahora tienes una nueva obra que se llama Yo nací en surco de judías, que estrenas en Espacio Abierto Quinta de los Molinos el 29 de noviembre. ¿Cómo nace este nuevo proyecto?

Pues esto es un encargo, pero con la buena suerte de que es un encargo sobre una temática que a mí me interesaba muchísimo y que me toca muy de cerca viviendo aquí. Desde el CSIC hay un proyecto que se llama el Proyecto Farm, que trata de investigar los factores que favorecen y dificultan el relevo generacional agrario. Desde el proyecto había un deseo de divulgación a través de lo artístico, que no se quedara solo en un contexto científico, y me propusieron hacer algo partiendo de este marco de investigación. Dentro de esta investigación había varias premisas, como que se que hiciera en territorios despoblados, que se hiciera con perspectiva de género, haciendo hincapié en cuáles son los factores específicos para que en los datos haya todavía menos mujeres que trabajan en explotaciones agrarias, y también había un criterio de sostenibilidad, porque hay un problema en este país, y es que el modelo de producción de alimentos más sostenibles hace que todavía sea más complejos el relevo generacional.

Partiendo de esas premisas me puse a trabajar. Y lo primero era documentar y recoger datos de todo esto, así que me fui recorriendo diferentes provincias o comarcas poco pobladas de España, como Lugo, Orense, Zamora, Palencia, Ciudad Real, Badajoz, Cáceres, Almería y Sevilla. Sevilla no entra en provincia poco poblada, pero descubría a varias ganaderas muy interesantes y también paré ahí. En esos lugares hacía entrevistas a mujeres ganaderas o agricultoras. Intentaba buscar diferentes perfiles: mujeres que habían decidido no ser madres, mujeres que lo habían sido, mujeres embarazadas, mujeres más jóvenes, menos jóvenes… Y luego era bonito porque en las entrevistas aparecían el padre, en otra el hermano, en otra las hijas… El espectáculo está estructurado en torno a este viaje, recogiendo los testimonios de algunas de estas mujeres y mostrando sobre un escenario su forma de vida.

 

¿En Ávila no grabaste nada?

Sí, la última entrevista que sale en la obra la hice en Ávila, en Zapardiel, un pueblo de aquí al lado. Y la protagonista es una niña. Yo quería encontrar el perfil de una persona muy joven, con una infancia y una familia vinculada al medio agrario. Y fue muy bonito conocerla.

Ya escribí el texto y ahora estamos en el proceso de ensayo trabajando con los objetos, algo que he descubierto que me encanta. Tras Una rueda que da vueltas se me ha abierto el mundo de las cosas, de las cosas que son personajes. En Yo nací en un surco de judías hay menos objetos, porque al ser tres personas en escena también hay mucha interpretación, mucho trabajo de texto y de actrices, y ya hay un juego  más de diálogos en muchos momentos, pero también hay objetos.

 

¿Y qué conclusiones has sacado en este proceso de investigación, estas entrevistas? ¿Cómo está la salud de las mujeres en el campo, del campo en general, de la España vaciada?

Pues para mí ha sido un descubrimiento el viaje que he hecho por España. La principal razón por la que hay relevo en el campo, aunque haya poco, es por la vocación. Y lo digo mucho y lo decimos mucho en el espectáculo, para precisamente combatir un poco este estigma que hay de que quien se ha quedado a trabajar en el campo es porque no vale para otra cosa. Ese estigma, por ejemplo, es una de las cosas que no favorece el relevo. Hay como una mala prensa que tiene el vivir del campo y, a veces, son los padres los primeros que te dicen que te vayas.

 

Belén de Santiago, Laura Santos y Patricia Arroyo. ©Paula Maceiras

Son los primeros interesados en que busques otra perspectiva de futuro ante lo complicado que es la vida del campo.

Eso es. Y luego también hay una parte económica y política muy importante que creo que no está funcionando. Y en las entrevistas son muy críticas con eso. Es un sector muy subvencionado, pero las ayudas favorecen a unos modelos que cada vez van a mayor a escala. Y en cuanto te quieres bajar de ese carro, es muy complicado que te salgan los números. Y que además, por ejemplo, una de las grandes dificultades, que me lo decía mucha gente, es que si no heredas una estructura es prácticamente imposible. Y eso hace que prácticamente tú solamente te puedas incorporar al campo si tus padres ya trabajan ahí. Si quieres empezar de cero es un acto épico, muy complicado, porque tienes que invertir mucho dinero. De hecho, hay muchos proyectos muy interesantes que nacen así y que no viven mucho, a los pocos años se acaban cayendo.

Lo que he percibido es que hay unas políticas que te llevan a que cada vez tienes que tener más animales, tienes que tener más tierras, acumular más y más… y eso es muy complicado. Hay algunos que ganan con eso, pero muchos otros, la mayoría, acaban perdiendo.

 

Al comentar que se favorece a los proyectos a gran escala y que no hay sitio para la gente que quiere hacerlo de otra forma, en modelos más pequeños, es un poco lo mismo que te ha pasado a ti con el Teatro.

Sí, por supuesto, he encontrado muchos paralelismo entre las personas que hacemos teatro y las personas que se dedican al campo. Era muy bonito. En las entrevistas me reía con la gente diciendo lo mucho que teníamos en común, porque hacemos porque realmente nos gusta lo que nos gusta y es la vocación lo que lo sostiene. Yo creo en hacer esto y por eso lo hago. Y también que tus padres no es el trabajo que desean que hagas.

 

¿En tu caso es así?

Mis padres ahora están menos preocupados, porque ven que soy capaz de ganarme la vida con mis proyectos, pero hasta hace cuatro días todavía me seguían preguntando que si no quería prepararme unas oposiciones (risas). Pues creo que pasa un poco lo mismo, igual que con el campo, la gente no entiende los procesos, hay muchas ideas preconcebidas y muchos prejuicios. Tampoco tenemos que idealizar a todo el mundo que trabaja en el campo, que tampoco lo hacen todo perfecto, pero sí que deberíamos escuchar más sus puntos de vista, entender mejor su forma de vida, aprender de ellos y de su relación con el entorno…  Una obra como esta, aunque sea un encargo, creo que es muy necesaria para que miremos con otros ojos a la gente de campo.

Luego está también todo el conocimiento que hay detrás de este modo de vida. Creo que se no se concibe la cantidad de conocimiento que hay detrás de una persona que se dedica al campo, por lo estigmatizado que están, como decíamos antes. Y ese es otro paralelismo con el mundo artístico. La gente cree que esto va de subirte a un escenario y hacer tus monerías, pero poca gente sabe todo lo que implica llegar a ese punto de estar encima de un escenario, la de cosas que has tenido que gestionar, producir y crear para llegar a ese punto. Hay muy poca conciencia sobre el nivel de trabajo que desarrollamos lxs artistas.

 

Hay tantas cosas que como sociedad no valoramos… en fin. ¿Vas a seguir tirando por lo rural en futuras propuestas?

Yo digo de broma que lo siguiente que haga tiene que ser algo totalmente distinto, porque si no me voy a encasillar, pero también porque creo que en el rural hay que hacer Arte y Cultura que no hable solo del rural, porque la gente del rural querrá también, yo que sé, disfrutar de otras cosas, de otros temas, de otras narrativas. Pero es verdad que yo tengo como la idea de poder hacer una trilogía, porque Una rueda que da vueltas miraba hacia atrás, y Yo nací en un surco de judías habla del ahora. Desde que me he venido a vivir a Navacepedilla de Corneja estoy muy preocupada con el futuro del pueblo y con la soledad que supone vivir en un pueblo de 40 personas, con los problemas que tenemos ahí con la gente mayor, con la falta de servicios del rural y con qué va a pasar con los pueblos el día de mañana. Entonces estoy con muchas ganas de hacer algo en un futuro que hable de esto y que sea como la mirada hacia adelante. Para dónde vamos y cómo nos sentimos la gente que estamos habitando y sosteniendo los pueblos y qué nos preocupa y qué nos gusta y qué nos gustaría. Tengo eso en mente, sí.

 

Toda la cartelera de obras de teatro de Madrid aquí

Almealera, Belén de Santiago, Espacio Abierto Quinta de los Molinos, Festival Pendientes de un hilo, Laura Santos, Miriam Montilla, Navacepedilla de Corneja, Patricia Arroyo, Piedrahíta, Teatro Pradillo
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