Nueva entrega de nuestra serie de piezas teatrales bajo el signo del ‘Coronavirus: ¿comedia o tragedia?’. En esta ocasión, publicamos un texto demoledor de la autora argentina Laura Szwarc.
Por Laura Szwarc
CORONACIÓN
A Susana S.
Una mujer joven intenta hablar por su móvil o celular de un país a otro (Por ejemplo, desde España a Argentina). A veces pareciera lograrlo. Mientras habla, dado que el volumen del móvil siempre está muy alto, llegan a percibirse, a escucharse desde el otro lado el respirar de una persona o varias, ciertos ruidos metálicos, algunas voces. También y mientras el personaje habla, realiza acciones en su cuarto. Por ejemplo, camina, acomoda, se pinta las uñas, come una fruta, toma agua, acomoda libros. A veces sus acciones son veloces, otras muy lentas. Está en una especie de ensimismamiento, de intento de comprender.
-Hola, hola, ¿me escuchás?, aquí se escucha una respiración entrecortada, lejos. ¿Estás muerta? Madre muerta atea. Te divertirías con esto que se me ocurrió… Se necesitan de las dos palabras para formar otra tan corta. Tan fuerte y corta. A-te-a. Tan fuerte, corta y con tantas sílabas. No necesita ubicarse en una cadena de palabras para entenderse. Suena, hay palabras que suenan solas o resuenan en algunos cuerpos. Negro, por ejemplo. Judía, gitano. Busquemos, si no estás muerta, palabras que valgan por su propio peso. Divertido lugar común.
Común es el lugar donde estás muriéndote o ya estás muerta.
Con esto de los teléfonos colapsados, los hospitales colapsados. Este no saber. Y sin embargo, como me habías dicho, cómo no tratar de comprender, de captar, de vivir con toda la in-ten-si-dad del mundo el momento histórico. Lo sorprendente de un capitalismo que pide: no salgas a las calles. No comprarás más vestidos, más pantalones, más zapatos, más perfumes, más cremas, más pastillas para la ansiedad, por ahora… Un capitalismo que busca que no quede muerta toda la mano de obra barata… ¿Y más barata después de la cuarentena? Mientras, desde tu ventana, antes de morir, veías a Pedro que se acomodaba en la vereda. No parecía tan malo el colchón.
¿Tus últimas palabras?: No quiero lágrimas sino el sabor de un helado de…qué difícil decidirse. Entonces, no quiero lágrimas sino un café bien fuerte, o un helado de café. Cómo difiere una o de una y. No es lo mismo decir estás viva o muerta. Que decir estás viva y muerta. Mejor sería otro ejemplo: Como asado o un tomate, que como asado y un tomate.
¿Qué canción de protesta cantabas casi muerta? ¿Cantabas qué culpa tiene el tomate?
Hola, hola. Esperá un segundo; alguien en la radio dice que en España donarán una gran pista de hielo para dejar los cuerpos muertos. Todavía me llega tu risa. ¿Enterrarían con patines a los muertos?
Me habría gustado dibujar en la pared del hospital público, como en esa película coreana: un libro, un árbol, una porción de asado, un pan. Da escalofrío ahora el nombre de la película: Sin aliento y tan al caso con esta muerte o estas muertes colectivas. Como los asfixiados, empujados a las cámaras de gas, a los hornos crematorios. Un mal chiste de la historia. Pero la historia tiene mayoría de malos chistes.
Hola, ¿me escuchás? Estoy gritando. Vos no hablás y a veces hablás porque entremezclo lo que digo con lo que decís o dirías.
Me viene Sylvia Plath a la memoria. ¿Por qué habrá querido matarse así? ¿La forma de las otras muertes le habrán acaparado su cabeza? La suya…el gas, el horno…¿una muerte colectiva?
Me gustaría que las personas muertas escucharan por un rato. O mejor, que vos escuches algunas cosas. ¿Afirmarías? Dirías sí, la de Sylvia Plath fue una muerte colectiva. Los tiempos del hombre, los tiempos de la mujer. Antes y ahora, todavía.
Muerte colectiva la tuya. ¿Quién tiene coronita? Muchos tienen corona virus, y vos feliz de morir en el hospital público de Buenos Aires en el 2020. Hasta los hospitales privados parecen volverse públicos aunque la gente sigue pagando su cuota privadísima. … Tu desprecio a lo privado. El desprecio a la superstición de la propiedad privada. Hasta cuando no respirás, ya muerta, se recibe algún halo de ese desprecio.
Morirse así es como viajar sin maletas, sin valijas. Un alivio ese no molestar a los otros. Un valor del aislamiento. Sin embargo se puede colaborar con la muerte de los otros. Así como en el hospital público se puede ayudar a las otras parturientas; a las que no pudieron hacer el curso o no sabían que había algún curso, y se les puede decir, de camilla a camilla, cómo respirar. Y aquí, con corona, la imposibilidad de respirar, ¿cómo atragantarse lo menos posible?
¿Te pusiste una corona de papel? Una corona de letras para armar y desarmar frases. Una corona llena de consignas. Por ejemplo, las clases altas no tienen altura… Lavarse las manos pero no siempre.
Llega hasta aquí la risa entrecortada por la asfixia. La risa que te da el oxímoron creado por el virus: un aislamiento solidario. Un virus que rueda por las gargantas secas hasta la boca de esa otra mujer que cumple 96 años y que discute con el policía con barbijo: ¿qué pavadas son estas?
Me llega una foto tuya. La suerte que tenemos, la suerte de esta época: la existencia del wasap y tantas cosas, y no se entiende este virus que parece dominar como un piojo, como una pulga. Tan lindo que te quedó el cabello y lucirlo así, tan muerta, tan atea, tanta tarea por hacer… En tarea entra atea.
Linda la palabra atea… la lindura de las palabras se sale del significado. Y por más que se pregunte por las creencias, por lo general nos morimos con la pregunta en la boca. ¿Quedará un sabor amargo?
Alcanzaste a llamar a la enfermera, a decirle entre la asfixia, unas palabras. Alcanzaste a preguntarle si entendió el mensaje. Alcanzaste a ver que movía la cabeza como si afirmara. Cerraste los ojos. No te hubiese gustado morir con los ojos abiertos. La enfermera, que te juró recordar tus frases, se contagió también. Entre la fiebre quiso dar la sabiduría de tu secreto pero cada vez que iba pronunciarlo, la palabra corona se le hacía oír más fuerte que todas. Se imaginaba en un hospital público igualito al Sheraton al que había entrado una vez para un curso de capacitación. Otro diría: más que en un hospital, se creía en un palacio; más que una enfermera, se creía una princesa; cuando creyó traspasar la última puerta y decir el secreto que ya sentía suyo, dejó de respirar. Ella y mi madre y muchos más parecían peces. Morían en una pecera sin agua.
¿Viste que en la cuarentena no hay descanso? las llamadas incesantes; los chistes; los artículos; las películas recomendadas; algún perro propio o ajeno para pasear. Cada tanto hay que salir a aplaudir, primero a los médicos; ¿llegará el momento en que aplaudiremos a la policía, a las fuerzas armadas? Qué suerte que te moriste. No llegar a enterarte nunca de algunas cosas. Aunque no ver esas flores, esas nubes…
(Casi sobre estas palabras se escucha una voz desde el otro lado del móvil o celular)
La madre. – Hola, hola, ¿me escuchás? ¿Qué hacías?
La mujer joven. – Te veía muerta.
La madre. -¿Qué? Hablá fuerte, acordate que estoy algo sorda.
La mujer joven (gritando).- Que te veía muerta.
La madre. – Buena señal. Eso quiere decir que voy a vivir un buen tiempo, todavía.
La mujer joven. – ¿Y tu corona de papel?
La madre. – Me la saqué, ahora es otra cosa, ahora es un acordeón de papel. Hace poesía y hace música. Apagón. Se escucha una música.
Fin
Laura Szwarc nació en Buenos Aires, Argentina. Artista polifacética, ha desarrollado su actividad en torno a lo escénico y lo literario. Coordina la Asociación Cultural Akántaros: arte + educación, entidad multicultural y transdisciplinar. Ha publicado libros de poesía, teatro, literatura infantil y ensayos. Sus textos han sido llevados a escena y recogidos en múltiples antologías, revistas y blogs. Más información: https://lauraszwarc.wordpress.com y https://akantaros.wordpress.com/