En esta aportación a nuestra serie ‘Coronavirus: ¿comedia o tragedia?’, Sebastián Moreno nos pone de frente a la tragedia de esos hombres y mujeres, ancianos y ancianas, que están pagando la factura más alta de esta crisis… injustamente.

 

CIPRIANA

 

Por Sebastián Moreno

 

“Cipriana cree que la luna está mil veces más alta de lo que está.
Y se imagina el océano dentro una cuchara porque nunca ha visto el mar.
Y como si fuera una rosa, le arranca pétalos a un periódico, a unas bragas.

Y rompe todos los abanicos cuando se termina el aire.”

Algora, “Cipriana”  [Verbena, 2013]

 

CIPRIANA:  Llovía. Fuerte. Y tronaba, de una manera afilada. Como si arañaras el encerado del colegio de monjas con la aguja de un tocadiscos. Teníamos las velas que reutilizábamos, guardadas en el cajón. Debajo de la tele. La luz se iba de manera intermitente todos los jueves, y algún viernes y algún sábado. Aquél día era importante. Era marzo. 1970. ¡Cuántos colores escondía el blanco y negro de nuestra tele! De aperitivo un vídeo de Julio por la Plaza Mayor de Madrid y en el Santiago Bernabéu. Y algunos anuncios de medias. Pantis. Durante los partidos de fútbol no daban anuncios de pantis. Pero ahí, sí.  Unas esferas metálicas flotantes como escenografía, pendientes en el techo, recuerdo. Un público gris, perdido en el resto de grises de la escala de la imagen, aplaudiendo tímidamente. De un modo europeo. Del norte. Por fin: una sonrisa. Apasionada. Augusto Algueró, batuta en mano, maravillado con la oportunidad, y al que solo parecía incomodarle la pajarita de terciopelo. Presentándolo. Alzando la batuta. Inaugurando el sueño.  Mayéutico. Y en el escenario: él. Y su traje de chaqueta, impreso sobre su piel, como un guante… ¡Perfecto! ¡Impecable! ¡Mediterráneo! ¡Madrileño y europeo! ¡Inocente y experto! ¡Manifiesto y flagrante! Inspirador como el NODO… Dijeron que el traje era turquesa. ¡Turquesa! España y sus excentricidades.  Julio Iglesias iba a Eurovisión con un traje completamente turquesa, sabiendo que en las pocas teles del país, nadie lo apreciaría. Yo tenía 16 años. Y esa tarde entró en mi casa y me faltó el aire.

 

La tele era de la marca Iberia. Se veía mejor de lo que se escuchaba, se escuchaba algo peor de lo que alcanzábamos a imaginar, e imaginábamos mucho menos de lo que podríamos haber soñado. Como hoy, los aviones. Poco después dejó de funcionar como hoy los aeropuertos. ¿Acaso no hay aire? Parece que en Europa, las nubes han dejado de silbar. Recuerdo esperar algunos segundos, manteniendo la respiración, esperando la afinación de la primera nota.  Julio, se mira los zapatos. Impolutos.  Estira tímidamente el extremo final de su corbata turquesa. Inhala. Se encoje de hombros. Alza la mirada. Baja unos centímetros el micrófono y lo sube hasta la altura de su barbilla. El plano se ha ido acercando, con menos talento que en los programas de Lazarov. Nos mira y expulsa las primeras notas… Durante años, esos sonidos llegaron “tan dentro de mí… (…) que aun puedo vivir, muriendo de amor, muriendo de ti.”

 

Hija, durante años busqué en tu padre, ese carisma y esa inocencia. Aun me sonrojo. Pensé tantas cosas. ¡Cómo fruncía el ceño! ¡Qué ternura! ¡Cómo arqueaba las cejas pidiendo perdón y rezumando masculinidad por doquier! ¡Con qué precisión y con qué belleza, apretaba el micrófono y simulaba caricias autocumplidas con las ambas manos! ¡Cómo jugueteaba con los coros y con las coristas! ¡Cuántas cosas, y cuántas veces después de ese día, sin aire, exhalando sola, me emocionaba! Toda Europa se enamoró, y a mí me faltó el aire. Como me volvía a faltar cada vez que soñaba ser Gwendolyne entre sus brazos…” Como buscan las olas la orilla del mar… como busca un marino su puerto y su hogar…”

 

Hija, no sé si algún día entenderás esas líneas lúbricas…

 

Desde 1970, me faltó el aire cada vez que escuché a Julio Iglesias.

 

Cuando acabó la actuación se fue la luz. Volvió poco después, pero el televisor marca Iberia ya no proyectaba imágenes del Festival. Al día siguiente, supimos que no había ganado. No había ganado el premio, ¿entiendes? Pero habían crecido y decrecido tantas lunas esa noche, que empezaban a desvanecerse las páginas de los libros de geografía e historia. ¡Qué bien cantó en Ámsterdam! A pesar de su traje turquesa. Nunca viajé a Holanda. Con los años, algunas de tus primas me trajeron fotos de allí; de los Canales, de las bicicletas, los campos de tulipanes, y las mujeres atrapadas como luciérnagas rojas que iluminaban los malos barrios.

 

Esa noche me abrí como un tulipán. Yo, mocita; con nombre y educación cristianas, me derramé y me imaginé que los versos se habían escrito para mis muslos.

 

Deseé ser Gwendolyne. Y me quedé sin aire.

 

No te enfades, ¿acaso una vieja no puede hablar de eso? Tu padre también me raptó el aire muchas veces, aunque no miraba como Julio, porque siempre vivió con la cabeza agachada y con las manos sucias.

 

A mi me gustaba Julio, y a él, Mocedades.

 

Canto de gorrión, que pasea por mi mente.

 

Nunca fuimos a Holanda. Hoy en el aparato SONY, que tenemos en el salón, he vuelto a ver al país de los campos de tulipanes. En las imágenes llovía sobre los canales. Y ni rastro de colores, como en el 70, rostros grises, trajes planos, micrófonos y ambulancias en cada esquina, destilando farsa por los cuatro costados.

 

Hoy han dicho que en Holanda no aceptan mayores de 70 años en las UCIS. Que la pandemia les obliga a priorizar. Priorizar. Y que llevar ancianos a morir a los hospitales es simplemente inhumano. (Inhala con dificultad)

 

Hija, creo que prefería el televisor Iberia, en el que se veía todo de blanco y negro.

 

Blanco, hace falta más blanco.

 

Europa entró en mi casa en 1970 de la mano de Julio Iglesias. Y hoy ha vuelto a salir. Inhumano, han dicho, simplemente inhumano, en voz alta y gris.

 

(Tuerce el morro y frunce el ceño)

 

Gwendolyne lleva hoy respirador. La plaza mayor y el Bernabéu están vacíos. Y Algueró ya no puede sonreír al quitarse la pajarita.

 

¡Tengo 66 años!

 

Hija, hoy, he vuelto a quedarme sin aire.