Todos tenemos miedo a la vejez, miraos, los perfumes, los zapatos bonitos, las miradas evitando las frutas maduras en el mercado. Esas sonrisas elásticas no son más que ilusiones, máscara tras máscara, personaje en vez de persona, cosmética, vaporosidad, una nube de humo que cubre la pregunta más rotunda ¿y qué pasa después?… ¿qué pasará cuando la luz de este escenario se apague? ¿qué pasará cuando tras leer las últimas frases de la obra el viaje, inevitablemente, termine?, ¿qué pasará entonces con nosotros, con Johan, con Bergman?… Tengo miedo… tiemblo, solo temblamos cuando el presagio de la muerte nos acecha. Pero ¿qué es la muerte? ¿dónde está? No sé si esta es mi historia o la historia que alguien con letra errante escribió para mí. Si soy la oscuridad o la forma.
Lo único que nos queda en este último pulso al paso desgastado del tiempo es seguir contando historias. Historia tras historia, eso es el tiempo. Nos volvemos deseosos de que alguien gire su rostro entre la multitud y nos llame y nos de su tiempo para contar lo que el terrible paso del tiempo ha hecho con nosotros.
¿Qué busco? Quién soy yo es preguntarse quién he sido toda mi vida. Poco o nada de espacio queremos ceder a la duda, a la desorientación. La fatiga inunda el pecho ¿quién he sido? Anna, Ingrid, Marianne, Karin…