Partiendo del TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria) que atravesó su adolescencia, María se cuestiona la construcción de su feminidad y revive todas las veces que ha sobrepasado los límites de su propio cuerpo y sus emociones en un intento desesperado de encajar en aquello que creía que la mirada masculina percibía como deseable.
Ya nunca tengo hambre habla sobre la necesidad de amar y ser amados. Es un empacho de ironía para purgar lo que ya no se puede llorar. Un intento de colectivizar el dolor. Una confesión.