Desfile de sombras y máscaras que danzan, juegan y se hacen preguntas desde donde confluyen el misterio de la liturgia antigua y el grito bajo el yugo capitalista.
Al principio era todo oscuridad. Con las primeras luces, surgieron las sombras. Siluetas largas con movimientos rígidos y repetitivos. Luego llegaron las máscaras, para revelar más. Y la palabra. Gritos y llantos, susurros y poesía. Y los enormes títeres jugaron y danzaron, se amaron y se odiaron. Sobre el asfalto de la gran ciudad, sobre los polvorientos caminos que volvían a la Antigüedad.
El viaje -hacia arriba y hacia abajo, hacia dentro y hacia fuera- de un joven caballero andante laboral. Un sueño, siempre un sueño calentando el pecho. La penuria y la gloria cotidianas, el reto de seguir luchando siempre, el sinsentido. Nóminas, ascensos, competencia sin cuartel y barro. De fondo, siempre el vértigo del desfondamiento vital.
Un desfile de siluetas que se hacen preguntas buscando emerger de la negrura para encontrar la luz en el misterio: la conexión entre escenario y platea, de sombras a sombras, de almas a almas, para encontrar respuestas o, al menos, otras preguntas.