Fotos: Urko Vicente
Son las ocho de la tarde. Los ciudadanos salen a sus ventanas. En el escenario un hombre aplaude convencidamente desde su balcón. Su vecina le observa descreída desde el suyo. El patio de butacas está lleno de vecinos que aplauden con solemnidad teatral. Cuando los aplausos se apagan la rutina inunda de nuevo el vecindario. Los vecinos se esconden pero los cuerpos de los espectadores continúan en sus butacas. Jorge es un buen vecino hasta que un impulso humano le hace saltarse las reglas. Él solo quería ayudar a Ana y ahora ambos se ven empujados a tomar una decisión que cambiará sus vidas para siempre.
Una propuesta escénica que dialoga sobre la participación con los espectadores; una propuesta que se mueve en la delgada línea que separa al teatro de la vida, al arte de la realidad; una propuesta que se pregunta si es posible mantener los aplausos más allá del patio de butacas, más allá de las ocho de la tarde.
¿Qué distancia separa nuestro cuerpo de nuestra imagen? ¿Qué distancia separa a los espectadores de los personajes? ¿Qué distancia nos separa del amor?