El tiempo forma parte de nuestras vidas hasta el punto de que podríamos decir que somos, en realidad, tiempo. Es de tiempo de lo que se componen nuestros días. Tiempo que nos falta, que sentimos que debemos arañar. Tiempo de trabajo, tiempo de consumo y de actividades. Así, vivimos en un estado de permanente hiperactividad, llenando cada instante de nuestras vidas de actividades diversas. Añorando más tiempo. Y temiendo quizá, en el fondo, el vacío de tenerlo. Porque es el tiempo lo que revela nuestro carácter efímero y pasajero: aquí estamos, sí, ahora; y eso mismo evidencia que un día no estaremos.
Este espectáculo nace de la inquietud por nuestra percepción y ocupación del tiempo. Tiempo que falta, tiempo que sobra. Por eso su estructura es fragmentaria; sus personajes diversos. Todos ellos comparten, sin embargo, ese mismo sentimiento con todas y todos nosotros: la angustia por la fugacidad del instante, y la necesidad de izarse sobre él, de bailarlo como una ola…