¿Cómo ha de abordar el ser humano el hecho inminente de que su más valiosa peculiaridad, la que constituye su supremacía como ser inteligente, será pronto sobrepasada por un objeto de su creación? Esa es la principal cuestión que aborda este trabajo. Pero la búsqueda que pretendo llevar a cabo huye a priori de moralizar sobre sus pros y contras, o sobre su decencia o indecencia. En su lugar, sólo busco encontrar mi opinión. Por ahora no es otra que puro estupor. Pero este estupor al que despierto no me paraliza. Por el contrario estimula mi reflexión. Me invita a mirar fuera y dentro de mí en busca de lo que habrá de diferenciarme de esta nueva forma de inteligencia.
Simultáneamente decido abordar otras cuestiones que me rondan desde hace tiempo: la poética que se da en el encuentro entre formas orgánicas y formas puras y matemáticas; la relación de un informático con la naturaleza (como la analiza cuando su discurso está basado en el análisis lógico más que en la descripción lingüística); y sobre todo, la que en mí tiene más repercusión: la inevitable mutación de la idea de Dios en un mundo numérico.