Él y Ella se aman, pero no pueden verse. Tuvieron que separarse y de los kilómetros entre ellos surge esta relación tan real como anacrónica. Ahora se aferran al cariño, la ilusión y la fe en sus cartas. Se aman en el surco de las letras, con la caligrafía, en el presente vivísimo de su correspondencia. ¿Se puede amar a través de las cartas? Una carta, por mucho amor y comas que lleve, no puede guardar el amor como lo guarda un beso.
Sin tiempo para posdata nos lleva de la mano a la particular relación epistolar entre dos jóvenes que se aman por encima del paso del tiempo y la distancia. Espacio y tiempo juegan a acercarse y alejarse como si no importase. La atemporalidad nos pide atender al presente, la insalvable distancia entre los personajes es, irónicamente, de unos pocos metros en el escenario. La obra combina un presente onírico con el realismo más físico y amargo. La danza, de la mano de la música, introduce al público en un viaje al amor más visceral, disfrazado, a veces, de edulcoradas cartas y tutelado siempre por un realismo que nos trae al aquí más palpable. Una obra de jóvenes y para los jóvenes, que grita con nuestra voz desde una correspondencia ‘desfasada’ pero potencialmente similar a WhatsApp o una videollamada.