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Estreno: 2025-02-21
Última función: 2025-02-22
Duración: 60 mins.

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    Fotos: Nicolò Gialain

     

    Crear algo a partir de la nada es la secreta ambición del arte. El desierto, con su extrema monotonía espacial y temporal, pone a nuestro alcance condiciones que permiten proponer otro modo de hacer y demostrar que es posible generar otro mundo incluso cuando la única materia prima de la que se dispone es el propio ser.

    El instrumento único -primero y último- de la danza es el propio cuerpo. Así, las formas inexistentes e irreproducibles solo pueden realizarse a través de uno mismo. Pero el desierto es también un lugar en el que se extiende una larga sombra que parece nunca acabar, pues no es otra que la nuestra, siempre presente. Y es, además, un lugar rebosante de compañía, pues la propia mente produce, de forma incesante, imágenes y pensamientos que es imposible ahuyentar. El cuerpo físico y la mente metafísica no son lugares exclusivamente propios y el desierto los transforma en refugios siempre abiertos… El desierto contiene en sí todas las fantasías, su entorno está falsamente vacío, poblado, como está, de imágenes mentales de todo tipo. Bien lo sabían los anacoretas de antaño, que precisamente acudían a él para combatir las imágenes del mundo… Antes incluso de ser una situación espacial, el desierto impone una condición temporal profundamente elástica: momentos de espera exasperante se alternan con momentos de repentina prontitud, todo ello dictado por la música, compuesta ad hoc para la ocasión.

    En las anteriores danzas de Claudia Castellucci, la tensión mental de los intérpretes estaba implícita en la representación de un esquema coreográfico riguroso que debía ser despertado. Aquí, sin embargo, la danza está más inclinada a afirmarse a sí misma como un arte de la flagrancia, en el que gran parte del esfuerzo se expresa mediante una decisión inmediata de cada intérprete, muy a menudo abandonado consigo mismo, y despojado de cualquier modelo. Es una danza que busca una sencillez extrema. El desierto, por su parte, no facilita esta sencillez; es más, la perturba al máximo. La danza, así, prescinde de cualquier tipo de molde en el que apoyarse.

    Desierto, caverna, sabana… son palabras hiperbólicas y simbólicas para estos fragmentos de hechos silenciosos, pero son las que mejor representan la condición de estos intérpretes de una nada basal, del bajo continuo de la vida, y también de la inmensa fragilidad de tal condición, cuando, desde lejos, la vemos fluir… Parientes cercanos que compran huevos en un supermercado y que ignoran que son observados, como estrellas fijas, por hijos o padres profundamente conmovidos, al borde del llanto, por el misterio de su simple presencia más que por su luz y su grandeza… Y entonces sucede algo también parecido a lo que ocurre en el cielo: sobrevienen ciertos encuentros que la propia inercia prepara desde la oscuridad. Corrientes magnéticas que nos llevan a sentir el mismo impulso; uno que no nos hace más semejantes ni nos iguala; uno que simplemente explica el amor más profundamente oculto.

     

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