El libreto de la ópera más célebre de Dvořák, estrenada en Praga en 1901, está inspirado en la versión checa de la leyenda folclórica centroeuropea que conocemos también a través de Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fouqué y La sirenita (1837) de Hans Christian Andersen.
El relato original encuentra una perfecta traducción musical en una partitura llena de magia y colorido en la que es posible adivinar la influencia wagneriana, en concreto, en las corrientes fluviales de El anillo del nibelungo.
Presenta también notables similitudes con otra gran fábula acuática de sacrificio y redención, Sadko (1898) de Rimski-Kórsakov, todo ello sin renunciar a las raíces bohemias que el compositor, como artista comprometido con la música y la cultura nacional checas, imprimió a la mayor parte de sus creaciones.
Rusalka conquistó pronto los países germanoparlantes, pero su eclosión internacional tardó en producirse pese a la celebridad de su Canción de la Luna. Desde las últimas décadas del pasado siglo, su presencia en los escenarios no ha dejado de consolidarse hasta convertirse en una de las veinte óperas más interpretadas de nuestros días a pesar de que, sorprendentemente, no se haya representado nunca en el Teatro Real desde su reinaguración.