Fotos: Luz Soria
El teatro siempre tuvo relación con el culto a los muertos y con la figura del revenant: el regresado o la regresada, renacidos en escena; los y las que pueden articular su historia post mortem. Primera sangre invoca a una niña secuestrada y asesinada en los noventa, cuyo caso fue sobreseído sin que se hallara al culpable.
Ausente y presente (los muertos no respetan el descanso), Laura interpela a las vecinas de su edad, al comisario encargado del caso y a un educador: ¿Educamos en el miedo? ¿El miedo evita el peligro o evita la vida? ¿Es la cultura de la violación una sociedad secreta a la luz del día, como dice la antropóloga y activista Rita Laura Segato? ¿Con qué estructuras del abuso convivimos a día de hoy? ¿Cómo vivirán los hombres el cambio de paradigma que se avecina?
A medio camino entre el memorial y el documento, el thriller y el cuento de fantasmas, la autoficción galardonada con el XXXI Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela obliga a la reflexión en torno a los abusos sobre la infancia que se escriben en el cuerpo de las mujeres. Con lirismo (la poesía como llave) y rotundidad, Primera sangre nos invita a recuperar la memoria de las que ya no están para multiplicar nuestra existencia.