Un preso en el corredor de la muerte, por un asesinato que sí ha cometido, se enfrenta a sus últimos minutos de vida. En el preludio de la nada, tiene dos últimos deseos: regar un geranio y poder decir unas palabras a las personas que han ido a ver su ejecución. Quizá se arrepienta pero no pedirá perdón. Sabe que no puede ser perdonado. Pero, ¿y las personas que han ido a presenciar su muerte? ¿Saciarán su sed de justicia o su sed de venganza? Quizá alguien atisbe a ver a la persona detrás del preso y le dirija un breve gesto o una mirada consoladora.