Nunca antes habían sido escenificados de forma tan explícita los tabúes relativos a la virginidad femenina como lo hiciera la ópera romántica italiana. Condenadas al ostracismo en la vida real, las heroínas del melodrama belcantista se erigen en transgresoras, víctimas y oficiantes de un ritual pagano llamado a estimular a la vez la admiración, la compasión y el espanto del público.
Norma, estrenada en el Teatro alla Scala de Milán en 1831, es, entre ellas, la de estatura más trágica y la más exigente desde el punto de vista vocal. Ambientada durante la ocupación romana de las Galias, incorpora ingredientes como la maternidad, la sororidad, el belicismo y el fanatismo religioso. Todo ello forma una combinación que renueva su atractivo generación tras generación gracias a la legendaria belleza e ingravidez que Bellini supo insuflar a sus melodías y a un inusual peso dramático que despertará la admiración del mismo Wagner, quien, sin duda, usó las brasas de la inmolación de Norma para prender la mecha en la pira de Brünnhilde.