Por Álvaro Vicente
Fotos: Pinelopi Gerasimou
Ioanna Paraskevopoulou, bailarina y coreógrafa griega afincada en Atenas, comparece por primera vez en Madrid como creadora con su pieza de debut, MOS, pero no es la primera vez que trabaja en nuestra ciudad, pues justo hace dos años bailaba en el escenario de la sala Verde de los Teatros del Canal como una de las integrantes del elenco de Larsen C., de Christos Papadopoulos, que pudimos ver de la mano del Festival de Otoño. Paraskevopoulou, además de ejecutar las coreografías de otros (también ha bailado para Dimitris Papaioannou o Tzeni Argyriou), lleva un tiempo en su propia búsqueda a través de una práctica que relaciona el movimiento con los medios audiovisuales. No en vano, su proyecto coreográfico All she likes is popping bubble wrap, auspiciado por el Onassis New Choreographers Festival, y otro centrado en la videodanza, Battle of fishes, han recibido premios en varios festivales internacionales. Con estas credenciales llega a Madrid una joven artista realmente interesante.
MOS relaciona el movimiento con lo visual, pero sobre todo con lo sonoro. La propia Paraskevopoulou, junto a otro performer, Georgios Kotsifakis, juegan y dialogan con una serie de imágenes tratando de transcribir lo que ven al espacio a través del cuerpo y de una serie de objetos y materiales curiosos que actúan como medios de producción sonora. Aquello de simular el trote de un caballo con dos cáscaras de coco, elevado a la enésima potencia. Los materiales son puestos al servicio de una danza sutil donde hay pausas y repeticiones, distorsiones, sonidos expandidos y retenidos, una experiencia explosiva para vista y oído porque el público empieza, casi sin pretenderlo, a generar nuevas conexiones e interrelaciones entre objetos, cuerpos e imágenes. Somos, como espectadores, los oyentes de una banda sonora improvisada en directo y tan heterogénea que sabemos que es única e irrepetible. A través de los bailarines, se nos abre un archivo de ruidos encapsulados, una caja de pandora que despliega un guión de cine sonoro no lineal, donde hay naturaleza salvaje, persecuciones o zombis, al que nos entregamos con una mezcla de perplejidad y disfrute.
Materialidad y técnica tienen un lugar importante en el desarrollo de la pieza, pues además de fuelles, paraguas, émbolos, el barreño con agua para simular un chapuzón en una piscina o las cuerdas atizadas que generan la sensación del viento racheado, hay geófonos, hidrófonos, micrófonos de solapa, de contacto y los típicos que usan los departamentos sonoros en el cine para recrear sonidos o efectos foley (pasos, movimientos de ropa, etc., técnica que todavía hoy se usa y que debe su nombre al pionero británico Jack Foley). » MOS -dice su creadora- es un juego escénico que opera entre las relaciones visibles y ocultas que existen entre el movimiento, el sonido y la imagen, amplificando las narrativas que surgen de la interacción y coexistencia mutuas de fuentes de archivo aparentemente incongruentes, dando así visibilidad a elementos que no pueden verse ni oírse fácilmente”.
Paraskevopoulou y Kotsifakis actúan juntos en una interacción llena de armonía, que a mitad de espectáculo nos regala un asombroso dúo de claqué, tan clásico y tan cinematográfico. Finalmente, no sólo ponen sonido a una serie de fragmentos de películas, sino que ocurre también a la inversa: los fragmentos de películas proporcionan sonido a su danza. Es sobre todo esta interacción entre imagen y sonido, entre danza y efecto sonoro, lo que hace que el espectáculo sea tan emocionante y cobre tanto sentido. Un invento que bebe de lo ya inventado, de la tradición de diversas artes que se funden para generar algo, si no nuevo, al menos inhabitual.