Basta un espejo para tener un enemigo. Carmen no puede dormir por culpa de una foto. Y en medio del insomnio y la inquietud aparece Ágata. Carmen no tiene término medio. Ágata tiene un plan. Carmen es inteligente. Ágata es perspicaz. Carmen es segura. Pero Ágata le va a hacer dudar. Ambas, que son la misma, se embarcan en un proceso de autodestrucción donde la palabra ‘manzana’ comienza a ser amenazadora. La comida es un peligro y el cuerpo un campo de batalla.
Ágata es la personificación de esa voz sutil que te susurra: quizá deberías hacer ejercicio. Te pregunta: ¿estás segura de querer comer todo eso? Te grita desde dentro: das asco. Así hasta que Carmen se deje llevar por la desesperación y adelgace cinco, siete, diez kilos. Pero no es suficiente. Nunca es suficiente. Ya es demasiado tarde. Porque ahora la gente le dice: estás más guapa. Y ella ya solo puede escuchar: estás más gorda.
Lo siento, no era yo, nos propone una visión novedosa sobre el Trastorno de la Conducta Alimentaria. Sin clichés. Sin rodeos. Sin miedo a contar una verdad que desde la pandemia se ha disparado en más de un 20% y que cada vez afecta a más personas. La representación necesaria de un diálogo interno que nos acerca a comprender mejor cómo funciona la lógica de una realidad distorsionada.