Por Irina Kouberskaya
Una fantasía poética, intensa, radical y simbólica gira en torno al mito de Orfeo, dejando la piel del escenario impregnada de sones de la Siringa de Baco.
Escribía Valle Inclán: “Mi obra viene a reflejar la vida de un pueblo en desaparición. Mi misión es anotarlo, antes que desaparezca”.
Mi trabajo como directora está en denunciar la pertinaz existencia de la maldad, en denunciar los espejos cóncavos que la sociedad pone delante de los seres humanos, quizás para que se vean perversos, feos, esperpénticos, falaces y faltos de la mínima dignidad. El encuentro con Valle-Inclán nos marca un antes y un después, nos ayuda a sentirnos como partículas del Universo, como ignorantes receptores, sordos y ciegos de todos sus movimientos.
El lenguaje de Valle-Inclán que consigue mezclar pasado, presente y futuro en la unión de tan solo dos palabras, te forja y te fuerza a convocar el valor. Su lenguaje popular y elitista, punzante y directo evidencia los laberintos de los ruidos que se agolpan en las cabezas de todos. Son los miedos, son los permanentes recorridos por la ruta de la razón los que secuestran la posibilidad de la inteligencia. Es el secuestro de la sensibilidad lo que nos hace esclavos y miserables, menesterosos y clónicos.