Por Hugo Pérez de la Pica
Por fin me enfrento a la responsabilidad que supone contar con una actriz como Chelo Vivares. Tengo en las manos ese potencial y lo exprimo al máximo. A partir de relatos más o menos biográficos que me contaba la madre de Chelo, Criste Miñana, actriz de mediados del siglo XX, que fue mi amiga y con dente en largas sobremesas en las que primaba el humor negro, el escepticismo de ella y mi fascinación. Este conglomerado de pequeñas anécdotas va convirtiéndose en homenaje a todas aquellas actrices que bregaron con la posguerra y más. Un filtro de entrañable poesía para la vida real de estas cómicas ambulantes. Un filtro de entrañable poesía para la vida real de estas cómicas ambulantes.
Las Teodoras surgió como una consecuencia del trabajo a lo largo del tiempo con Chelo; ha aparecido en muchas de mis obras y la conozco desde niño en la intimidad, un vínculo casi familiar. Necesitaba escribir una función a la altura de las circunstancias dramáticas de esta actriz. También tenía la necesidad de rendirme ante el recuerdo de las cómicas que me han amamantado. La historia de una cómica, la relación con los autores, con los compañeros, la soledad, la vida casada con otro actor, la llegada de la España del desarrollo, el destape, la vulnerabilidad de las cómicas, una oda satírica a Cuenca… qué se yo.
Mucho de lo que se cuenta es absoluta verdad, transmitida por la propia madre de Chelo, Criste Miñana, una mujer irrepetible, que comenzó siendo apadrinada por Muñoz Seca antes de la guerra. Representa, como diría Jesús Quintero, un fin de raza. Con ella termina un tipo de casticismo que es difícil que se reproduzca. Es portadora de un gen atroz (como dice el propio texto de la obra).
Trabajar con Chelo es un deseo hecho realidad, desde que la conocí con ocho años, ella metida en la piel de Espinete, fumándose un cigarro con una redecilla morada, un aro a la cintura y las patas del bicho. No está reconocida ninguna dedicación al arte. En España no necesitamos ese alimento o al menos eso parece. Hablamos de un país en el que decir no me gusta el teatro es una declaración de principios. En cualquier parte del mundo esto seria, cuando menos, una falta de decoro.
Es una puesta en escena sencilla, creo que a Chelo le sobran adornos, su rostro fascina. Se centra más en la posesión del espacio por parte de la actriz, que en cualquier pretensión efectista. Un par de muebles apoyan la acción, transformándose obligatoriamente por la imaginación del espectador. La evocación es importante, pero no es necesario tener todos los referentes para comprenderla.