Fotos: Pinelopi Gerasimou
En Larsen C, el coreógrafo griego Christos Papadopoulos sigue ahondado en la poética de sus anteriores montajes: Elvedon (2015), Opus (2016) e Ion (2018), piezas de un universo minimalista, aparentemente geométrico y engañosamente simple, basadas en la idea de apariencia y engaño, a partir de la repetición de los movimientos de los bailarines.
El espectáculo toma su título del nombre de un enorme iceberg situado en la Antártida y constituye su metáfora inicial: la de un cuerpo que se disuelve, como el propio iceberg o que abraza los movimientos que se hunden en su interior. Ese cuerpo está formado por los cuerpos de siete bailarines, cuyos movimientos, en apariencia repetitivos (posturas, gestos, ritmos), varían constantemente en escena a lo largo de la obra.
Estas variaciones implican una alteración de la forma en que uno percibe, de manera que lo percibido constituiría un ‘juego mental’. Así, Papadopoulos cuestiona la forma en que vemos las cosas, se pregunta qué nos esconde la mirada, cómo la velocidad u otros elementos pueden afectar a nuestras percepciones. Trayectorias desviadas, desplazamientos, movimientos repetitivos o bruscos, ralentizados o acelerados, todo contribuye a perturbar los puntos de referencia, en este caso referidos a un fenómeno natural como la disolución de un iceberg, pero también a la capacidad de los individuos de adaptarse colectivamente frente a la adversidad.
«Quiero que mi trabajo -resume Papadopoulos- refleje el movimiento interior de la condición humana, ya sea en un impulso abstracto o en un simple gesto. Un movimiento que parte de lo humano y vuelve a él».