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Hay que repetir.
En un futuro distópico, la realidad ha sido tomada, viajar a la infancia, hacer la guerra o volver a amar, no tendrá sentido sino se recupera primero la realidad, en un acto simple: matar a papá.
Tras un cataclismo incierto, toda estructura de sociedad moderna parece haber sido arrasada. Solo la nave de los Laboratorios Washla sobrevive inexplicablemente y continúa en funcionamiento. En ella, K, una joven científica y M, un hombre modificado tecnológicamente, recopilan los testimonios que R, el superviviente número 222, relata al despertar. Los tres personajes se irán conociendo, mientras cumplen protocolos de un contradictorio decálogo instaurado por una entidad superior. Una figura ausente que los vigila, condicionándolos a repetir por ciclos sus discursos, acciones y emociones.
K, M y R repiten sin cuestionamientos la voluntad de Papá, evidenciando que nada de lo que sucede es real. Sin embargo, como una rueda que pierde su eje, las continuas repeticiones hacen desbordar la realidad, acercándolos al conflicto, sin que puedan discernir si la solución está en la guerra o el juego. Para ellos, viajar a la infancia o volver a amar no tendrá sentido si no recuperan primero la realidad en un acto simple: Matar a papá.
Un entramado de temáticas que se superponen formando un híbrido de géneros que acepta el humor, la ciencia ficción y el drama dentro de una misma narrativa no lineal.
