Fotos: Blenda
A partir de la coreografía que Pina Bausch diseñó en 1975 para su montaje sobre la inmortal pieza de Igor Stravinsky, Roger Bernat ha construido un dispositivo que entrega totalmente al espectador el poder del ‘re-enactment’, de la recreación.
Antes de entrar a la sala, el público recibe auriculares inalámbricos de tres canales. Una vez en el interior, suena La consagración de la primavera, uno de los ballets más importantes del siglo pasado. Se escuchan diversas voces, algo distinto en cada canal, voces en paralelo que se entrecruzan.
Es un juego y, al mismo tiempo, una coreografía. Un movimiento común hecho de movimientos individuales. Los espectadores, de pie siempre, reciben instrucciones a través de los auriculares para que se agrupen, para correr, para mover los brazos, para saltar… «una obra de arte absorbente y sensitiva», como la calificó un crítico tras su paso por Finlandia; una obra vivida desde dentro, que exige del público una implicación máxima. Aquí se viene a bailar, eso está claro.
La propuesta ha pasado ya por diversos festivales de todo el mundo y allá donde se presenta se genera, como escribió un periodista francés, «una energía furiosamente contagiosa». Bernat vuelve a romper totalmente con la separación clásica entre escena y sala, llevando la experiencia inmersiva hasta límites insospechados en su intención de convertir al espectador en actor, sin dejar de reivindicarle como espectador. Un espectador, eso sí, que no deja de tomar decisiones desde el mismo instante en el que se le entregan los auriculares: «¿Me meto o no? ¿Lo hago en serio o en broma? Se trata de reconstruir los mecanismos en los que vivimos. Cuando desaparece el aura del actor y el virtuosismo del bailarín, aparece la dimensión política de estos espectáculos, que en el fondo son juegos de poder», sentencia Roger Bernat.