El teatro áureo generó eminentes profesionales de la interpretación escénica, muy especialmente actrices. La Baltasara fue una de las más reconocidas en su tiempo. Sus circunstancias personales la llevaron del mundo de las tablas a una cueva donde vivir los rigores del misticismo anacoreta.
Esta es la historia de una mujer que quiso ser libre en la España del siglo XVII. Actriz de renombre que en mitad de una representación abandonó los escenarios para convertirse en ermitaña. Traída al presente con intención de mirarnos en el espejo, de remover conciencias a través de las mujeres que subían a las tablas de los corrales a sabiendas de que eso las condenaba al ostracismo social, privadas de entierro en Sagrado, retiradas a los conventos como única alternativa. Pero a su vez las empeñaba en la búsqueda de libertad, de la posesión de su propio destino, de experimentar en las vidas de sus personajes lo que a sus propias vidas no les estaba permitido. Al menos sobre el escenario, su verdadera patria.
Siempre nos resultará fascinante observar cómo la verdad escénica vivida con firmeza puede ser una puerta fascinante para la transformación de lo más profundo del alma humana.