Por Miguel Pérez Valiente
La favorita de Mozart
A pesar de contar en su catálogo con algunos de los más gloriosos títulos que ha dado el género operístico, cuando, unos años después la muerte de Mozart, le preguntaron a su viuda cuáles, entre sus óperas, habían sido las favoritas del maestro, ella contestó que, aunque sentía mucho orgullo por Don Giovanni y por Las Bodas de Fígaro, posiblemente su más querida había sido Idomeneo «por los entrañables recuerdos que tenía del tiempo y de las circunstancias que rodearon su composición».
Lo cierto es que el encargo del Príncipe Elector de Baviera, Karl Theodor, de componer una ópera para la temporada de carnaval permitió a Mozart no solo trabajar con la que era la mejor orquesta del mundo en aquel momento, sino que también pudo comenzar a independizarse tanto de su patrono y protector, el despótico arzobispo de Salzburgo, conde Gerónimo Colloredo, como de su controlador padre, un verdadero Joe Jackson del siglo XVIII.
Con 24 años, un talento descomunal, buenos artistas a sus órdenes y con sensación de libertad, Mozart compuso su primera obra maestra.
Idomeneo, re di Creta es una magnífica opera seria en la que confluyen el depurado canto lírico de la tradicional opera seria italiana y la potente impronta dramática de la reformada tragédie lyrique francesa. A pesar de no tratarse de una ópera genuinamente reformista, ya que en ella siguen existiendo elementos arcaizantes como el recitativo secco o el canto de bravura, hay un notable esfuerzo compositivo para darle un propósito dramático a estos elementos consiguiendo, mediante repetición o evolución de motivos musicales en números consecutivos, que estos dejen de funcionar como elementos independientes para favorecer la continuidad teatral. Mozart también liberó el libreto de tramas superfluas para mejorar la coherencia dramática y, sobre todo, consiguió crear unos personajes humanizados alejándose de los arquetipos marmóreos de la opera seria. Para apuntalar el nuevo lenguaje, hizo un extenso uso del coro, a la manera francesa, y de la música meramente instrumental, obertura, intermedios, marchas para finalizar con un extenso ballet.
La nueva producción del Teatro Real la firma Robert Carsen, quien también se encargó de la dirección escénica del título precedente en esta temporada, El oro del Rin.
En esta ocasión se ha optado por la fórmula del estreno vienés (1786) en la que el papel de Idamante fue adaptado para tenor en vez del registro de castrato que se usó en el estreno absoluto en Munich en 1781 y que hoy en día se presenta en la cuerda de mezzosoprano.