Hacia Regolit gira en torno a una problemática tan feroz entre los jóvenes como la de tener dos trabajos y no poder permitirse una vivienda, o poder permitírsela y que un piso compartido de treinta y cinco metros cuadrados sin ventanas nos parezca un chollo. La pieza indaga en nuestras relaciones con el hogar, con los objetos que nos acompañan y que creemos que nos identifican, en esa nueva forma de nostalgia que se llama Diógenes.
Hacia Regolit habla de la acumulación, de la saturación de conocimientos, trabajos, películas y series, conceptos e idiomas que tuvimos que asumir como propios para ser la generación más preparada y exitosa. La propuesta reivindica la necesidad de volver al neutro, a los muebles y paredes sin decorar, a los espacios vacíos donde discutirse y pensarse sin condicionantes, a la sensación de aburrirse, de dedicarse por un momento a coger distancia, mirarnos desde arriba como si viviéramos en nuestras lámparas regolit y entonces tomar una decisión. Y es que, la pieza habla también de las decisiones, individuales y grupales, de cómo nuestro conformismo o supervivencia nos anestesió y nos dejó incapacitados, faltos de un motor para iniciar una revolución.
Hacía Regolit habla de las revoluciones y de sus diferentes formas, de los cambios que se inician desde uno mismo y pero también de animar inconscientemente al otro al cambio.
La obra nace de un rechazo; de la sensación de vivir en un limbo generacional donde se es demasiado joven para unas cosas, pero ya mayor para otras; de la perseverancia por hacernos oír y reclamar mediante el teatro inquietudes con más peso social del que se imagina.