Por Pilar G. Almansa
Fotos: Esmeralda Martín
«Toda obra es una forma de autobiografía», decía Oscar Wilde. Con los años, cada vez me interesa más la persona que hay detrás de los versos o las pinceladas, y no falla: la afirmación de Wilde me resulta cada vez más verdadera.
Bucear en la vida de Benito Pérez Galdós me ha revelado que las monumentales obras de ficción realista y universal que nos dejó como herencia son también una plasmación de sus deseos, contradicciones, obsesiones y sentido del humor. A veces, su correspondencia casi literal con su biografía es asombrosa. Así, sus novelas se convierten en una conversación íntima entre el lector y Benito. Entre Benito y yo.
Como Concha Ruth, Teodosia, Emilia, Lorenza y tantas otras, también he caído rendida al encanto de su verbo, a su guasa (¡Benito me hace reír a carcajadas!), a sus observaciones de fina ironía (que tanto me revelan de los otros y de mí misma), a su enorme humanidad de desclasado socialista. Benito es, sin duda, sorprendente, genera confianza, ama la vida. Benito no quiere mentirse a sí mismo ni a nadie. Benito cree que puede haber un mundo mejor. ¿Quién no se enamoraría de él?
En el montaje queremos quitarle el blanco y negro que, por la fotografía de la época, marca nuestro imaginario de Galdós y su época, y transmitir lo que realmente fue: un periodo vibrante, lleno de esperanza y rabia, de rupturas y promesas, pero sobre todo, de amor libre, sin complejos y real. Si es que alguna vez alguien supo lo que es la realidad. Deberíamos preguntarle a Benito.