Por Álvaro Vicente
Foto: Diego Astarita
“Mi nombre es Marina Otero, soy la directora de este proyecto, pero esencialmente soy bailarina. Antes de empezar me gustaría contarles que recién salgo de un quirófano y todavía no sé bien cómo estoy acá hoy”. Así empieza Fuck Me. Así vamos a conocer en Madrid y en España a esta funambulista que vive y trabaja en la misma cuerda floja y nunca sabes cuándo cae del lado de la realidad y cuándo de la ficción. Nacida en Buenos Aires en 1984, su trabajo se enmarca en un gran proyecto que ella bautizó como Recordar para vivir, con el que quiere construir una obra inacabable sobre su propia vida. La primera de las piezas del tablero se llamó Andrea, el nombre de una prostituta cuya biografía okupó -con k- Marina Otero. Luego vino Recordar 30 años para vivir 65 minutos. En esas dos obras la creadora se expresaba con la fiereza propia de una joven bestia de la danza, una danza extrema, violenta, brutal. Verla caer su cuerpo contra el suelo y estremecerse era un sobresalto que fascinaba y asustaba a partes iguales. Hasta que su cuerpo dijo basta. Una hernia discal múltiple la llevó al quirófano. Se quedó tiesa.
Mientras se recuperaba tuvo que terminar la nueva pieza en la que estaba trabajando. Esa pieza era Fuck Me, año 2019. Lo que empezó siendo un solo, terminó entregándose a un grupo de seis hombres. Marina trabajaba a distancia, postrada en la cama, escribiendo como podía, mandando vídeos de las coreografías que hacía con sus primas y sus compañeras de cole en los 90 (“Me obsesiona la infancia, los 90, aquella estética, quería que los chicos se aprendieran esas coreografías, cuando lo de la coreografía a estas alturas es una cosa como ‘vintage’ en la danza contemporánea”), grabándose en audio, creando con todos los elementos en contra. Pero llegó al estreno, apenas 10 días después de salir del hospital, hizo tres funciones en el Festival de Teatro de Buenos Aires y llegó la pandemia que nos mandó a todos a casa y cerró todos los teatros. Han pasado dos años y de aquellas tres funciones, milagrosamente, salieron contratos para traer la función a Europa. Como ella misma reconoce, “la obra mejoró mucho, sin duda, el tiempo hace que lo sutil se vuelva más preciso, y yo represento ese estado del pasado, porque el dolor sigue en mi cuerpo, está tan dentro de mí que entro a escena casi sintiendo el mismo dolor que entonces”.
El dolor… tan presente durante toda la función, tan incómodo para el que la hace y para el que la ve. “Hay momentos en la vida en que el dolor es lo único y después el tiempo pasa y el cuerpo se regenera y pasan otras cosas. El dolor viene muy bien para pensar en qué es la realidad y qué es la ficción”, dice Marina. El dolor como compañero de vida de las bailarinas o de algunos deportistas. El dolor que se mitifica, el que lo soporta es un héroe, a partir de esa idea tan cristiana del sacrificio o de esa otra tan griega de lo agónico, tan asociado a la lucha por la vida. Pero el dolor también es lo cotidiano y hasta el amigo sobre el que volver a pensar y hacer la poesía de las palabras sencillas que gasta en escena Otero, espontánea y adobada siempre con un punto de distancia irónica. Ella habla en escena, como una directora siempre presente, jodida por no poder bailar, amor y odio por esos seis hombres que le obedecen. ¿Qué hay detrás de esa elección, de todo ese caudal de energía masculina? “Los hombres significan muchas cosas respecto a cómo se presentan en Fuck Me y a cómo se presentan en mi vida. Yo tengo un problema personal que tiene que ver con la dependencia de los hombres, algo que no puedo todavía transformar. Y ahí dije: tengo que convocar a los hombres para poder tratar de entenderlo, y al mismo tiempo la obra juega con la idea de poder manipularlos yo a ellos, porque si no, me siento encarcelada en ese amor imposible que es para mí el sexo masculino. En la obra quiero entenderlos y quiero manipularlos, quiero manejarlos, soy una directora y bailarina resentida, mala, porque los cosifica cuando los dirige, casi como a modo de venganza. Eso tiene que ver con esta sociedad donde se condena estéticamente a la mujer, que tiene que estar siempre linda, tener buen culo y tal, y el hombre puede ser calvo, gordo y viejo y siempre le va a ir bien. Y como siempre se cosificó más a la mujer, yo quise cosificar más al hombre a modo de venganza. Pero también es una forma de mostrar su fragilidad, mostrarlos desnudos, vulnerables, dominados por una mujer… quería ver qué pasa ahí, y ver qué pasa con la energía sexual, porque son tipos… bueno, me dice mucha gente que dan ganas de salir y cogértelos ahí mismo. Ahí está el deseo y al mismo tiempo el miedo de lo que siento, ¿está mal desear lo que deseo?” Después de Fuck Me vino Love Me, su última obra hasta la fecha, que también vamos a ver este año en el Festival. Después del sexo, el amor. El sexo es cuerpo. El amor no es tanto cuerpo como tiempo. O quizás el amor sea un cuerpo sosteniendo el tiempo.