Por Sergio Díaz
Fotos: David Ruano
Yo soy poeta
A estas alturas ya todos conocemos a Lorca. Nos hemos acercado a su obra de alguna manera y tenemos su imaginario en la cabeza. Pero, ¿quién era Federico? ¿Quién era ese chiquillo granadino? Pues era un joven inquieto y soñador que creció aprendiendo y disfrutando de la vida con personalidades tales como Buñuel, Dalí, Alberti, Falla… Era homosexual, abierto de mente, tolerante, sensible, creativo, inquieto, inasequible, valiente y cultivó amigos en todos los espectros ideo- lógicos porque sabía mirar más allá del mero envoltorio artificial con el que nos vestimos. Era alguien constructivo, como muchos de los jóvenes que hoy día buscan su propio camino y hacen del mundo un lugar mejor a base de esfuerzo, tolerancia, creatividad y trabajo. Como lo son los miembros de La Joven Compañía, ese maravilloso proyecto para que jóvenes profesionales de la escena puedan empezar a construir y construirse desde su adolescencia, desde la base.
Uno de nuestros grandes directores, Miguel del Arco, se pone al frente por primera vez de un proyecto con La Joven, algo que, como él mismo ha manifestado, “le hacía mucha ilusión”, ya que es admirador confeso del proyecto (como lo somos casi todos los que amamos el teatro). Dos maravillosos dramaturgos como Irma Correa y Nando López han sido los encargados de dar forma a este espectáculo ideado por el propio del Arco, que no es un simple recorrido por la vida del poeta sino un viaje emocional por la amistad, el amor y la muerte. Emociones que viviremos a través de Federico, pero que nos tocan a todos porque con ellas construimos lo que somos y a través de ellas conformamos nuestro legado, ese querer ser y luchar para conseguirlo. Como Federico recorrió su corta vida queriendo ser poeta, sabiéndose poeta, porque las palabras y las ganas por serlo cimentaron esa ambición y esa necesidad de convertirse en Lorca. Y lo consiguió, hasta el último de sus días lo consiguió. Incluso cuando esa malnacida bala acabó con su corta vida, incluso a pesar del miedo que lo atenazaría en esa infausta madrugada, seguro que se sintió con el valor de despedirse con un verso amarrado a los labios. Con el coraje de un poeta.