Por Álvaro Vicente
Fotos: Ana Yáñez
Luz Prado y Jesús Rubio Gamo, artistas que buscan y buscan, inconformistas con el arte que conocen y aman. Luz Prado está alineada con esa hornada malagueña a la que pertenecen también Alberto Cortés o La Chachi (de hecho, estará con Cortés en esta edición también). Jesús es un habitual del Festival de Otoño, donde lo tuvimos en 2020 con los rigores del confinamiento por medio y ya en 2021 en todo su esplendor con su obra El hermoso misterio que nos une. Ahora están juntos en estos Estudios elementales, un diálogo escénico entre el bailarín y la violinista donde comparten reflexiones en torno a sus medios de expresión, la música y la danza. Partiendo de la observación de los principios técnicos que subyacen a sus prácticas, generan un espacio en el que dejarse llevar, acompañarse y entender de otros modos, acercar cuerpo y sonido más allá de la palabra.
Como ha sucedido con otras bailarinas y coreógrafas como Elena Córdoba, Carlota Mantecón, Luz Arcas, Rocío Molina o La Chachi, el entendimiento entre la extraordinaria técnica de Luz Prado y la danza honesta y profunda de Rubio Gamo se produce como resultado del encuentro etéreo en sus formas de entender el arte. Ambos tienen una formación clásica que reconocen como elemento identitario y sienten fascinación por traer a la superficie y hacer presente esta herencia canónica que subyace en sus disciplinas artísticas. Un presente absoluto hecho de la interacción entre el sonido de la música y el movimiento del cuerpo: ese acto primordial de dejarse llevar, de acompañarse hacia lo desconocido en busca de cierta forma de plenitud de ser. “Lo que somos en términos de lo que fuimos”, como define la violinista.
Premio Ojo Crítico de Danza y Premio Max al Mejor Espectáculo de Danza, ambos en 2020 por su impresionante e inolvidable Gran Bolero, Jesús Rubio Gamo es uno de los coreógrafos más destacados del panorama europeo actual. No lo decimos nosotros, sino la Red de Danza Aerowaves, que lo seleccionó con otros 19 coreógrafos en 2017 y 2018. Desde que en 2008 empezó a producir sus propias creaciones, ha podido presentarlas en París, Amsterdam, Lima, Atenas, Londres, Arequipa o Roma. Sobre su práctica artística y su concepto de la danza ha escrito que “es como un divagar por esos territorios interiores del cuerpo para aprender sus ritmos y sus formas, sus humedades. Bailar se convierte así en una oportunidad de desvelar un secreto, de hacer visible el misterio que nos une”.
Por su parte, Luz Prado se ha ido haciendo una con su violín, en una relación de amor e investigación que le ha llevado a desarrollar una nueva técnica en la que toca con dos arcos. Es un hallazgo, como ella misma explica, que “supone una expansión sutil y determinante de las posibilidades sonoras del violín: hacer sonar las cuatro cuerdas a la vez, dobles cuerdas con cuerdas intercaladas, someter una cuerda a dos rozamientos simultáneos…”. Desde la tradición a su ruptura, Prado se reconoce más como improvisadora que como intérprete al uso. Su violín es performativo en una práctica que se sostiene con el hecho de estar en un lugar y dejar que el tiempo articule lo que vaya a ocurrir en el escenario.
Tras un encuentro que ha resultado definitivo para sellar un deseo de caminar juntos, ambos como participantes del proyecto Criaturas del desorden de Elena Córdoba (que pudo verse en la edición de 2021 del Festival de Otoño), Luz y Jesús se lanzan a estudiar lo elemental, a explorar la relación simbiótica entre sonido y movimiento, música y danza, metafísica del roce, como si el cuerpo de él fuera el arco de ella, como si el aire fuera la cuerda y el silencio un lienzo dispuesto para pintar a cuatro manos.