Escorial, del dramaturgo belga Michel de Ghelderode, es una farsa oscura de complejas proposiciones estéticas y filosóficas. En ella el autor expresa el universo que refleja en parte su propia historia: formado en escuelas católicas, aterrado por los frailes y un rígido sentido de la autoridad… y al mismo tiempo fascinado frente a las historias bíblicas y al estudio de los oscuros siglos de la Alta Edad Media.
Ghelderode abre camino a la vanguardia del arte dramático moderno alimentándose de la tradición gótica de la que toma esa atmósfera de pesadilla que transmite Escorial. El autor utiliza la ironía para imaginar lo que aquellas grises paredes del Monasterio ocultaban. Mediante un inteligente y extraño juego teatral se nos va dibujando la decadencia, la miseria y la abyección humanas. Entra así en escena la delirante exaltación de dos mentes retorcidas que no tardarán en entrar en combate. Estamos ante un duelo de poder entre un Rey y un Bufón, donde uno parece ser la extensión del otro, en una dinámica continua y circular.
Es realmente la farsa dentro de la farsa. Con dos acompañantes tan delirantes como fieles: la Muerte y la Locura.
Jugar al poder es y será siempre jugar con fuego: y si es verdad que corrompe (y todo parece indicarlo por mucho que pasen los siglos), Escorial no deja de ser un ejemplo de cómo la corrupción tiene también sus raíces en el alma, cuando no en el universo de los sentimientos, donde anidan de paso la venganza, la competencia, los recelos, el odio.
¿Es posible un poder sin hipocresías? ¿Es posible un poder teñido de sinceridad?