Luego de unos meses van a vivir juntas a la casa de Elena. Ahora será la casa de ambas. Juntas aprenden que las cosas no son ni tan mágicas ni tan crudas. La convivencia está hecha de pequeñas concesiones y de renuncias por el otro, por los dos. En definitiva, por amor. A los pocos años, luego de varios intentos, tienen un niño. La felicidad de los tres, ahora como familia, es plena. Sin embargo, también van surgiendo pequeñas frustraciones. Hay más que ceder. La gran demanda de un niño también pasa factura a la pareja. Todos los días, pequeñas cosas les recuerdan que deben estar agradecidas por seguir juntas, por seguir enamoradas, por tener un niño tan maravilloso.
Pero el tiempo sigue inexorable, y poco a poco Elena y Julia descubrirán que a veces el amor no es suficiente. Las concesiones ya no parecen tan pequeñas, y las frustraciones van en aumento.
Elena no logra destacar profesionalmente. Julia sí ha logrado un puesto interesante, pero en el trabajo por el que no siente entusiasmo. Las discusiones, antes divertidas, ahora son amargas. Aún se quieren pero se hacen demasiado daño. Las dos aman a su hijo, pero ya no pueden seguir juntas. Elena se queda con la casa, Julia se muda.
Pasado un tiempo, Elena decide también dejar la casa que fue de ambas, los recuerdos le pesan. Julia va a la casa por última vez. Ambas hablan de lo felices que fueron allí, y de la suerte que han tenido de haberse conocido y de haberse querido durante diez años. Eso es más de lo que mucha gente tiene en la vida. Además tienen un hijo en común. Siempre estarán juntas de una manera o de otra. Ambas comprenden que una historia de amor, aunque termine, puede durar toda la vida.