Lo que se esconde detrás de la apariencia si rascamos un poco, lo que esconden las convenciones, lo que soy y lo que aparento o quiero aparentar, la relación de poder dentro de la familia, de la empresa, entre amigos, la debilidad del poderoso… El teatro es un espejo donde mirar nuestro interior, nuestra esencia, aquello que está dormido y se despierta, y todo contado con el arma más poderosa, el humor.
Iván Vallejo propone tres nombres, Andrea, Ariel y Noha que perfectamente podrían ser personajes femeninos o masculinos indistintamente. Ya de entrada aparece un abanico de posibilidades en cuanto a relaciones de pareja o de trio. Esa libertad de elegir nos llevó a una pareja tradicional de marido y mujer con un amigo común.
Andrea trata de justificar que el perro (o perra) se le ha escapado por enésima vez argumentando que ha sido él el que ha decidido dejarle en libertad. Su hija de quince años ha desaparecido hace un mes pero aduce que habrá sido por propia iniciativa y no se debe coartar su libertad. Andrea está influido por su amigo Ariel, que habla de filosofía griega de las fuentes originales sin tener ni idea de griego. En Andrea poco a poco se va generando un “mosqueo” por una presunta relación de Noha y Ariel que desemboca en la escena final.
Ariel es un solitario solterón petulante con la cáscara muy fina, cáscara que Noha poco a poco va resquebrajando. Utiliza a Andrea para reafirmarse a sí mismo criticando la familia, con todas sus relaciones de poder, con todas sus convenciones, con todas sus ataduras. Finalmente queda patente su realidad.
Noha es el centro del triángulo. Ella sí sabe griego, ella sí distingue entre las condiciones de familia y el ejercicio de la libertad. Su vínculo con Andrea y Ariel se va aclarando poco a poco pero con la libertad suficiente de poder imaginar no el qué si no el cómo. La escena final resuelve el entuerto. O no.