El indomable Rodrigo García ha sobrepasado los 50 en plena forma. Su ser sigue alojando al tipo más punki del teatro en español, cuya irreverencia ya querrían los que se dicen irreverentes ahora con veintitantos. Eso sí, la edad ha pulido ese ir a la contra o ese hacer lo que le dé la gana.
Los años, y el talento de Rodrigo García, sobre todo su talento, le han ido dando la razón sin tener que dejar de ser el incómodo ‘enfant terrible’ que nos voló la cabeza a partir de los 90 con espectáculos como Notas de cocina, Conocer gente, comer mierda, Compré una pala en IKEA para cavar mi tumba o Agamenón.
Lo nuevo que nos trae en esta temporada a los Teatros del Canal tiene un título inquietante, que redunda en ese misterio típico de las obras del creador argentino, donde hasta el mismo instante en el que arranca la función es difícil prever un argumento. Lo que seguro sabemos es que la obra la protagonizan sus dos intérpretes predilectos: Juan Loriente y Gonzalo Cunill, probablemente los actores que menos intención ponen al decir los textos de García. Luego siempre se termina confirmando que nadie como ellos podría decirlos igual. Es alucinante lo que sucede entre la organicidad de Loriente y Cunill y las palabras de Rodrigo, factores que al sumarse y multiplicarse arrojan un producto único e inimitable.
Loriente y Cunill son Pippo y Ricardo, dos hermanos de la Logia Lautaro, una organización secreta sudamericana fundada por independentistas argentinos y chilenos en 1812. Y la obra es la plasmación del manuscrito original que da título a la misma, organizado libremente en 4 capítulos por nuestros protagonistas, «partiendo –dice el propio Rodrigo García– de visiones de santos, eremitas y borrachos de Minneapolis, Massachusetts, José C. Paz y Tortuguitas. Desde el Antiguo Egipto no se conocía nada igual».