Ramón Barea ha cogido la exitosa novela y posterior película de Fernando Fernán Gómez, adaptada al teatro por Ignacio del Moral, y ha construido una obra muy cuidada, que mantiene la esencia del original y el espíritu de su autor. Sin duda, quien vea esta obra reconocerá la mirada, el sentido del humor y la socarronería tan característicos de su autor.
Como recuerda Ramón Barea, “está hecha la novela en que se basa la obra por un cómico, hijo de cómicos, criado entre cómicos, y sabe de qué habla, cómo habla, por qué habla. Tiene memoria. Tiene vida. Estas cosas solo se entienden si se viven, por eso lo mejor es que se vengan con nosotros, invitamos al espectador a este viaje. Un viaje en el que, aunque nosotros sigamos, ustedes se pueden apear cuando les plazca. Es solo teatro, aunque… tiene veneno, el teatro tiene veneno. ¡Vamos, que sale el autobús!”.
El viaje a ninguna parte nos habla de una forma de ejercer la profesión de cómico, en una compañía ambulante. En realidad nos habla del oficio, vocacional donde los haya, pequeño micromundo de vida y resistencia. Es un homenaje a la profesión que perdura y se reinventa de siglo en siglo. Muere y renace. A pesar del cine, del cine sonoro, de la radio, de la televisión, de Internet… Por todo ello, El viaje a ninguna parte se ha convertido en una metáfora permanente de este arte del Teatro que renace en cada función, única e irrepetible.