Fotos: Esmeralda Martín
El salto de Darwin sucede el segundo fin de semana del mes de junio de 1982, durante el cual se libra la última batalla de la Guerra de las Malvinas, que culmina con la rendición del 14 de junio. Toda la acción se desarrolla en distintos paisajes de la Ruta Nacional N°40, que recorre Argentina de norte a sur. Cada una de las escenas transcurre en torno a un Ford Falcon del año 1971, en el cual el Padre, la Madre, la Hija y su Novio atraviesan el país para esparcir las cenizas del hijo recientemente asesinado en la batalla que ha tenido lugar en la localidad de Puerto Darwin.
Dicho Ford Falcon remolca una pequeña caravana con capacidad para cuatro personas, sobre cuyo techo es posible ver al Espectro del Hijo Muerto que, con su guitarra eléctrica, entona diferentes temas musicales de los años 80. Cada vez que lo hace -y a medida que la ruta se aproxima al sur-, un viento suave empieza a levantarse. El mismo viento que viene de Beirut, Saigón, Bagdad, Kabul, Kosovo, Troya… El mismo viento que finalmente terminará trayendo una vez más a Kassandra.
En palabras de la directora Natalia Menéndez: “esta obra se mueve durante más de 3.000 km en un fin de semana de junio de 1982. Se estremece entre cinco personajes y un espectro. Se agita entre la comedia y la tragedia. Busca la paz pero está en guerra. Vamos de la ‘road escena’ a la poética teatral. Del tiempo que parece ser, al tiempo que fue o que pudo ser. Impulsando, por un lado, el humor de muchos momentos de la obra, que se mezclan con la extrema emoción que producen otros. Con una escenografía sencilla y cuidosa. Esto es, jugar, saltar, para conseguir la apuesta que propone El salto de Darwin”.