El mal de la montaña es el relato cruzado de cuatro jóvenes, que se buscan anhelando consuelo. Comienza con la angustia de Manu, que narra a su amigo Tino el episodio de su ruptura con Pamela, el único personaje femenino de la obra, una ruptura que estaba resultando a la perfección (el marco era incomparable: la lluvia fina cayendo, el paseo mudo y distante por la calle…) hasta la irrupción de un mendigo orinando en la acera de en frente. Lo que atormenta a Manu no es la ruptura en sí, es la aparición en lo real de algo que se escapa al marco de su relato, de algo que lo vuelve vulgar, de algo que deshace la imagen perfecta de una ruptura que estaba saliendo de una redondez novelesca.
Los personajes de esta pieza desean profundamente estar en control de la realidad a través de sus propios relatos. Es la realidad la que debe acomodarse al relato y no al contrario. Podríamos decir que esta pieza se adelanta en su sensibilidad a los tiempos actuales en que las redes sociales determinan a unos individuos que han tomado una posición de relatores de sus propias vivencias en un marco virtual y en el que solo cabe aquello que es válido al filtro de su discurso, de su elaboración. El mendigo orinando queda fuera de la foto de Instagram. Y eso es lo que atormenta a Manu, que el mendigo haya podido quedar en la retina de Pamela, que ese otro se haya colado en su visión controlada del mundo, en su particular ‘frame’.
Las voces de los demás personajes nacen desde esta misma esencia, como la obsesión de Pamela con que su ex novio no soportara su nombre, la narración de Tino de una relación fallida en la que tuvo que ocultar su ausencia total de deseo, o la agresividad de Ramo con aquellos a los que considera una amenaza: los otros, los pobres. Los cuatro son personajes ensimismados, que se relacionan desde un lugar a veces superfluo y a veces de una descarnada sinceridad. Hacen gala de esa honestidad que tienen los que no se plantean si hacen daño, los que no se preocupan de las consecuencias que pueden provocar sus palabras en los demás. De ese intercambio surge un retrato crudo de nuestros días, de nosotros, de la parte más oscura de nuestra cotidianeidad.