Katurian, una escritora de relatos cortos en los que se describen malos tratos hacia menores, es arrestada por la policía de un estado totalitario. Su crimen no es la subversión política como sospechamos al principio, sino porque sus historias se parecen sospechosamente a una serie de crímenes que se han sucedido en los últimos tiempos. Aunque Katurian jura que es inocente, se entera de que su hermano Michael, que es discapacitado mental, ha cometido los crímenes. En la obra se entremezcla la historia de Katurian con la recreación de algunos de sus relatos, destacando El escritor y el hermano del escritor, en la que se relata cómo el protagonista adquirió su retorcida imaginación escuchando los lamentos de su hermano cuando, siendo niño, era torturado por sus padres. El problema al que se enfrenta Katurian es si debe sacrificar su propia vida y la de su hermano para garantizar la conservación de sus obras.
En palabras del Director, David Serrano: “Como en muchas de sus extraordinarias funciones, el dramaturgo inglés Martin McDonagh nos habla en El hombre almohada, la que quizá sea su obra maestra, de cosas que no son fáciles de escuchar y nos muestra situaciones que no son fáciles de contemplar. El mundo para McDonagh es un lugar hostil en el que pocas cosas nos ayudan a escapar del horror. Una de ellas es, sin duda, el arte y, más concretamente, la literatura. Lo es para Martin McDonagh y lo es para Katurian, la escritora de cuentos protagonista de esta maravillosa función, quien se encontrará frente a un dilema con el que muchos artistas se enfrentan hoy en día: ¿hasta qué punto es un creador responsable de la percepción que tienen los espectadores de sus obras?
Katurian escribe cuentos, cuentos macabros, pequeñas piezas que nos hablan de infancias destruidas por la violencia, de un mundo que una vez fue un lugar casi perfecto, pero en el que, en un momento determinado, todo se torció. Sus cuentos son brutales, terribles, pero, al mismo tiempo, están llenos de poesía, incluso de una extraña y particular belleza, tal y como defiende Katurian, y seguramente también McDonagh, que es el mundo en el que vivimos. “No hay finales felices en la vida real”, dice McDonagh en boca de su protagonista. La vida de Katurian es como la de los personajes de sus relatos: una infancia feliz destruida por unos adultos macabros. Y su obra es un reflejo de esa infancia. Pero, ¿no lo son acaso las obras de todos los artistas del mundo?
Aunque nadie parece valorar sus cuentos, ella está convencida de que pasarán a la posteridad. Y eso es lo único que le importa de verdad. Katurian es capaz de sacrificar su propia vida porque entiende que su existencia únicamente habrá tenido sentido si deja algo detrás de ella, aunque sólo sea esas breves historias habitadas por personajes que han sufrido abusos, maltratos y castigos injustos y crueles. McDonagh parece que nos quiere decir, apoyándose siempre en su particularísimo humor negro, que la vida de un artista sólo tiene sentido si su obra perdura. Bueno, está claro que después de haber escrito está función absolutamente genial, para mí uno de los mejores textos de este siglo, Martin McDonagh puede estar muy tranquilo: su obra nunca va a ser olvidada. Espero que ustedes tampoco la olvide”.