Fotos: marcosGpunto
Esta obra es la representación de un hombre en la naturaleza. Su llegada, la magia del nacer, los fantasmas infantiles, el desarrollo ligado a lo primario y la cultura y, desde ahí, a lo que conforma su camino. Quizás se mueva por la búsqueda de sentido, quizás por subsistir, quizás por la fe o, quizás, por romper con todo.
Así lo explica su creador Daniel Abreu: “El hijo habla del vínculo con los progenitores y de un lugar y lo que se hace con él. En definitiva, habla de cómo se conforma y se desarrolla un vástago. De alguna forma, hablar de ello es poner primero la fragmentación de ese principio de unión y entenderse como individuo que se desata, pero ligado muy profundamente a una repetición de formas y hechos. Algo que se puede explicar solo de forma parcial, porque, al fin y al cabo, el individuo siempre lleva consigo la reinterpretación de esa historia. Es a través de la poética de la imagen y del sonido como presento a un descendiente y, sin estar presentes, hablo de padres, de un lugar y, sobre todo, de lo mágico. Y es que la danza permite la celebración de un estar vivos y tener historia; la experiencia de ser hijo, y su entusiasmo; la relación con los ciclos naturales y los sistemas; y, en ello, el conjunto de reacciones dentro y fuera que hacen que uno exista. En la obra se alterna un cuerpo de hoy, móvil y consciente, frente a otros mundos que, sin ser accesibles a la vista, afectan y nos guían por caminos, como las sensaciones del cuerpo ante los hechos. Somos seres afectados de emoción en contextos, de eventos en la naturaleza”.