Miguel, el guardián del Algarrobico, nos cuenta su vida mientras espera la llegada de su querida Teresa. Lo acompaña su el perro Sebastián. Miguel lleva años cuidando las instalaciones de un hotel que nunca ha llegado a funcionar como tal y que, tal vez, acabe por ser derruido. Un ya largo litigio entre ecologistas, la empresa constructora, el pueblo en el que está ubicado y la Administración, hace que el edi cio esté abandonado antes de haber sido habitado. Miguel ayudó a construir el edi cio, fue albañil. Luego, fue contratado como cuidador. Vive allí. Solo.
No se casa con nadie. Ni con los ecologistas ni con la empresa constructora ni con el pueblo. Tampoco parece haber perspectivas de casarse con Teresa. Miguel está solo, en su cocina, pero habla como si se dirigiera a un público que no existe y les habla de cosas que conoce: la soledad, los tejemanejes de la Administración, la falta de escrúpulos de ciertos empresarios, el falso compromiso con los valores que, algunos, dicen defender. Una especie de pequeña locura que le trajo esta soledad a la que ya se ha habituado.