Es difícil encajar cualquier obra en los estrictos límites de los géneros clásicos. El dilema del corcho aborda conflictos políticos y dilemas morales con mucha carga de profundidad, pero lo que lo convierte en una comedia y no en un drama político es su estructura.
Es la trama lo que hace que esta pieza sea una comedia de enredo, en la que constantemente van saliendo conejos de la chistera que toman a los personajes y a los espectadores por sorpresa y que cambian radicalmente la dirección de cada situación. Nada es lo que parece en un principio. Y es política, en el sentido más humano del concepto, porque coloca a los personajes en el borde del precipicio. Asumir con todas sus consecuencias ciertos principios puede costar la vida.
El PROFESOR (70 años) es un catedrático de Ética y Filosofía Política jubilado, izquierdista, polémico, agitador y muy prestigioso. Un Noam Chomsky ibérico.
Tiene un cáncer terminal, pero ha surgido la posibilidad de curación. Puede recibir tratamiento con uno de los equipamientos de radioterapia que un conocido multimillonario ha donado al sistema público de salud. Esa donación ha sido elogiada por la mayoría. Para unos pocos, sin embargo, no es sino un lavado de imagen, un truco de trilero de quien no paga los impuestos que en justicia debería. Una de las voces que más ha destacado en la denuncia de esta dudosa obra de caridad ha sido la del Profesor. Ahora este debe decidir si ser fiel a sus principios e inmolarse, o bajarse los pantalones y besarle el culo al filántropo.
Hoy ha tomado una decisión y la va a hacer pública. Cuando está preparando su alocución, un desconocido, un antiguo ALUMNO (60 años) con el que tiene cuentas pendientes, irrumpe en su despacho.