Foto: Inga Knölke
Casi 400 años más tarde, vuelven a llegar al escenario los cuatro carros que cargaban las escenografías de El gran teatro del mundo. Dentro llevan, como antaño, pedazos de naturaleza y artefactos de magia escénica, peñascos y montes que se convierten en grutas, escenarios y maquinaria como los descritos por Calderón de la Barca en las memorias de apariencias de cada auto sacramental.
El mundo sigue siendo un gran teatro, y así va a ser representado, a través de un juego teatral, pero sus personajes ya no son los mismos. Estamos en tiempos del Antropoceno, la naturaleza agoniza, hemos leído a Nietzsche, y el Autor, el Mundo y los hombres han cambiado de manera irreversible.
Dos obras diferentes se superponen aquí: la que sucede dentro de las cuatro cajas, con un grupo de espectadores sobre el escenario, y la que escucha otro grupo desde platea a través de auriculares. Los hombres, tal y como decidió Calderón, serán espectadores y personajes a la vez. En mitad de la obra, los papeles se intercambiarán. Palabra, imagen y sonido están desencajados, y el espectador no podrá resolver la fricción entre naturaleza y artificio hasta que haya completado los dos papeles diferentes.
Cabosanroque sigue investigando sobre el formato teatral y cuestionando la relación del espectador con el escenario, esta vez reinterpretando el artefacto teatral de El gran teatro del mundo, en el que el teatro y el escenario son alegoría de la vida.