Verano del año 2024. El panorama político-socialeconómico-cultural en el que nos encontramos, es asfixiante. ¿Los sueños? Inalcanzables. Nadie ha logrado convertirse en lo que realmente amaba. La vocación pasó a mejor vida, sobre todo para los teatreros. Los más inteligentes se quitaron de en medio cuando empezaron a cerrar las salas. Otros como José Telón Bravo-Bravo y María Josefa De los Santos, aquella multipremiada pareja que en su día nos deleitaban con sus giras por la provincia del Aljarafe, no desistieron hasta que acabaron desahuciados, sin más escenario que el de la propia calle. Hoy, su decorado son sus propias ruinas. Sólo se tienen el uno al otro como espectadores. Ya no son más que Pepe y Pepi: dos estrellas estrelladas.
Dolores no es más que una historia de amor. Amor odioso, pasión congelada, fecunda esterilidad, juventud marchita. Los protagonistas de esta historia no sienten mariposas en el estómago cuando sus miradas se cruzan, sienten náuseas. No es Cupido quien les atraviesa con su flecha, sino unos terribles dolores: corazones que se resquebrajaron por mentiras, pulmones encharcados de fracasos, reproches enquistados, sueños putrefactos…
¿Hasta dónde estamos dispuestos a sacrificarnos por amor? ¿Qué nos queda tras haberlo entregarlo todo, además del alma repleta de cicatrices? Y a pesar de todo, sólo es en las cicatrices donde se puede vislumbrar quiénes fuimos. Tal vez reabriendo viejas heridas, hurgando en ellas, se calmen los dolores. Tal vez con la sangre que se desborda, estemos a tiempo de reescribir la historia.