Por José Carlos Plaza
Fotos: marcosGpunto
Divinas palabras, subtitulada Tragicomedia de aldea, es el exponente más moderno, el engranaje más perfecto y el cénit en el que el teatro español alcanza su máximo nivel, hoy en día aún no superado. Fue estrenada el 16 de noviembre de 1933 en el Teatro Español de Madrid, dirigida por Cipriano Rivas Cherif y con Margarita Xirgú y Enrique Borrás entre su elenco.
A través de un lenguaje de tono exuberante, inventado, mezcla de expresionismo e impresionismo, se transforma en algo poético de una belleza insuperable, consiguiendo que la prosa se convierta en música. Con una modernísima visión del concepto teatral, donde los espacios se multiplican. Y donde el realismo, el esperpento, lo arcaico o lo esotérico se mezclan, produciendo un autentica borrachera de imágenes. Todo ello unido a los comportamientos y emociones de más de una cincuentena de personajes – sórdidos y miserables que nos envuelven, nos revuelven y nos hacen pensar. Una obra claramente agresiva, a veces brutal. Inmersa en las raíces de un pueblo que, sin perder su pasión, se comporta con el instinto y no con la razón. Un instinto deformado que lleva a cometer acciones inimaginables y que corroen los pilares de una sociedad burguesa, retrógrada y castradora.
Y todo ello a través de un acidísimo humor negro. Desde el concepto de la familia, reflejada como una unión forzada que se usa como tabla de salvación, al concepto del dinero como único y auténtico dios que todo lo domina. Desde una miseria social y moral, al concepto de orden establecido, corrupto y mezquino. O hasta los miedos más profundos de la ignorancia.
Y, dominándolo todo, la religión: el gran escudo, la gran mentira que, como un enorme agujero negro, todo, absolutamente todo, lo traga, lo digiere y lo domina. El texto es la culminación del ciclo mítico de Valle Inclán con una estética muy cercana a los esperpentos. Lo trágico, lo dramático, lo cómico y lo grotesco se aúnan en esta tragicomedia. Donde es evidente la influencia de Goya y sus Pinturas Negras, de los Disparates, de los horrores de la guerra. Y también evidente la influencia de Solana, Dalí y de toda una corriente española que llega hasta nuestros días -con Buñuel a la cabeza- en una auténtica sinfonía de colores, sonidos y sentimientos.