Cuando acaba la guerra
“El teatro tiene que reflejar la realidad, interrogarse sobre cómo sobrevivir en una época en la que la presión del liberalismo económico es insoportable”. Son palabras de Thomas Ostermeier, uno de los directores más reputados del teatro europeo contemporáneo, un creador escénico que, siguiendo la tradición brechtiana y más claramente la inspiración del teatro revolucionario ruso posterior a 1917, apuesta por un arte escénico de carácter educativo que debe hacerse preguntas y trasladarlas al espectador. El cine es otra de sus grandes pasiones y en este montaje se ha llevado a las tablas la película más conocida de su compatriota Rainer Werner Fassbinder, El matrimonio de Maria Braun, la historia de una superviviente que encierra en sí misma la metáfora del milagro alemán acabada la Segunda Guerra Mundial.
Aunque el personaje es mucho más que un símbolo, por su complejidad, porque la sinopsis es apenas la punta de un icerberg dramático impecable. La historia comienza con la derrota de Alemania y termina con la próspera mitad occidental del país levantando el trofeo como ganadores del Mundial de Fútbol de Suiza de 1954. En ese tiempo, Maria Braun ha creído perder a su marido, Hermann, en la guerra, y tras sobrevivir a duras penas comienza a convivir con otro hombre. Pero Hermann vuelve… Solo cinco intérpretes (pero qué cinco intérpretes) hacen los 27 personajes de la película, con apenas un cambio de peluca o de sombrero. Desarrollan la historia en un espacio mutante ideado por Nina Wetzel. Un montaje impactante, de los que dejan huella, que lleva girando desde que se estrenó en 2007 en el Teatro de Cámara de Múnich. Álvaro Vicente
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