Sandra y Luis se conocen en un aeropuerto rumbo a Nueva York. Cada uno tiene puestas sus ilusiones y proyectos en esa ciudad. Lo que no saben es que ese primer encuentro es el principio de su historia de amor.
«Contigo hasta el infierno», le dice Sandra a Luis mientras brindan felices en el piso donde iniciarán una vida juntos. La adicción al alcohol comienza a dominar sus vidas y el camino parece oscurecerse. Afrontarlo es la única escapatoria.
Un hombre y una mujer se encuentran en el no lugar, un aeropuerto. Puede ser un cruce y también puede ser un encuentro. Elegimos que sea un encuentro, un inicio. Todas las posibilidades quedan abiertas, todas confluyen en el terreno del amor. Hasta aquí podría ser una bonita historia y lo es, pero a las historias de amor también llegamos con equipajes extraños, a veces autodestructivos. Sandra y Luis nos resultan casi familiares porque nos recuerdan nuestras ilusiones y nuestras flaquezas, esas adicciones que nos engañan y nos hacen decir: «Yo no estoy enganchado, mira, llevo ya tres meses sin tocarlo».
¿Qué hace que nos enganchemos a algo, bebida, tabaco, drogas, amor, dolor…? ¿Y en qué momento algo que un día nos resultó placentero se convierte en nuestro enemigo y nos posee hasta destruirnos?