“Ninguna mujer tiene un orgasmo limpiando el suelo de la cocina”, o al menos eso decía Betty Friedan allá por los años 60.
¿Están las mujeres condenadas a ser las eternas cuidadoras? Para muchas, hacerse esta pregunta es una fantasía inalcanzable. Otras, en cambio, nos creímos libres del yugo impuesto simplemente por negarnos a ser madres, lavar los platos o porque no renunciamos a nuestra carrera profesional.
Sin embargo, vivimos sumergidas en una constante dicotomía entre el propio discurso y las acciones que ejecutamos en nuestro mundo cotidiano cual autómatas.
¿Quién cuida? ¿cómo? ¿por qué? ¿quién puede negarse a cuidar y quién no? Escuchar, acoger, sostener, amar… ¡Cuidado! El diablo sigue habitando en los detalles.