Catalina no se va de fiesta: es una fiesta en sí misma. Antes de salir se prueba sus cuatro medias rotas a ver qué le queda mejor y mañana se descubre el pómulo morado, los pespuntes a dentadas, agujetas en los gemelos, la afonía. Catalina se revienta y consigue, a base de besos bien y mal dados, que las otras revienten. Frente al “Madame Bovary soy yo”, que no quiere ni en pintura, Catalina declara “La rumba soy yo”, como Andrés Caicedo a su novela ¡Que viva la música!, el cual nos enseñó a chuparnos el cabello así como Lectura fácil, de nuestra compañera Cristina Morales (Premio Herralde 2018 y Premio Nacional de Narrativa 2019) nos enseñó a clavarnos el canto de la mesa. Catalina peca de danza y de literatura, pero expía su cultura con poca vergüenza.
Las artistas Elise Moreau, Cristina Morales y Elisa Keisanen problematizan los modos en que dan y reciben placer en tanto que mujeres sistemáticamente asediadas por el civismo heterosexual y monógamo. Valiéndose de las herramientas propias de la danza contemporánea y de la escritura fanzinera, así como de la novela de Morales Lectura fácil. Ni amo, ni dios, ni partido, ni de fútbol, la consigna de la pieza es la búsqueda de placer y el esclarecimiento de las repercusiones que conlleva.