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Por Álvaro Vicente
Foto: Vanessa Rábade
La existencia misma de esta obra es resultado de un ejercicio, a priori, saludable, un ejercicio ejemplar que debería imitarse. ¿Qué o quién debería imitarlo? El poder, por ejemplo. Se suele prescribir que un equipo al frente de la gestión de, pongamos, un gobierno, rinda cuentas pasado un tiempo prudencial para comprobar que los objetivos marcados se cumplen en base a una serie de buenas prácticas. Otro ejemplo son las relaciones. Si una relación, sea de amistad, de familiaridad o de pareja, se revisa cada tanto, se podrán eliminar quistes antes de que su devenir los convierta -como en el organismo- en agentes destructivos. ¿Y el arte? ¿Y el teatro? ¿Se puede revisar una obra ya acabada? Igual hay quien considera que una obra de arte nunca está acabada, pero ese es otro tema. El dramaturgo, guionista de cine y director Pablo Remón ha decidido reescribir cada cinco años una obra. Tiene el mismo punto de partida y la ejecutan los mismos actores. Pero como dijo hace 25 siglos Heráclito, nadie se baña dos veces en el mismo río. Ni siquiera el bañista es el mismo a medida que acumula pasado. Ni Remón ni sus actores, Fernando Orazi y Emilio Tomé, son los mismos cinco años después. Lo que se estrenó en el añorado Pavón Teatro Kamikaze en 2017, que se llamó Barbados, etcétera, no es lo mismo que estrenamos en el Festival en 2022.
La razón de esta apuesta utópica, la de reescribir la obra cada cinco años hasta que ya no se pueda hacer (¿por muerte, por cansancio, por qué?) es “hacerla permanecer siempre viva”, según Remón. Quizás tú que estás leyendo estas líneas pudiste ver el montaje anterior y ahora te encuentras de nuevo con este vacío sobre el que percuten las palabras de dos actores que tienen la isla de Barbados como punto de fuga, como espacio imaginario. Igual que en un poema, la cosa va más de sentir que de entender. Las palabras construyen imágenes, personajes, historias, situaciones, “construyen un mundo”, según Remón. Mientras las palabras de esta obra construían ese mundo, afuera, en la realidad, se iba construyendo otro, el propio mundo de Pablo Remón, un mundo que se inauguró en 2013 con La abducción de Luis Guzmán, que continuó con 40 años de paz y cuyo tercer ladrillo fue Barbados, etcétera. Luego han ido llegando El tratamiento, Los mariachis o Doña Rosita, anotada (Premio Nacional de Literatura Dramática en 2021), hasta la reciente Los farsantes. Una obra en marcha siempre, distintas habitaciones de un mismo edificio. Un mundo propio y genuino que ahora todos desean visitar (Remón vive un dulce momento con éxito de crítica y público e instituciones públicas de producción alfombrándole los pasos). Una de esas matrioskas, con sede en Barbados, encierra otras muñecas más pequeñas.
Si para Harold Pinter “el pasado es una niebla”, para Remón esto se cumple sobre todo cuando hablamos del pasado de una pareja. “¿Qué es una pareja, más allá del pasado que les une? Somos lo que hemos sido, la historia que explica cómo hemos llegado hasta aquí. Pero esa historia no está escrita en piedra; es móvil, es variable. Para sobrevivir como pareja, tenemos que ser capaces de contar nuestra historia”. Y a ese honroso fin se entregan Orazi y Tomé. Los actores narran la historia de una pareja, con humor, con extrañeza, con gozo, con diversión, con mentiras, con inventos, con oscuros, con aventura, con amor. Pero es que, maldita sea, a veces la misma historia vivida por dos personas, al contarla cada uno, ¡no coincide! Intentémoslo de nuevo. Volvamos a contarnos. Busquémosle la claridad a la nebulosa del recuerdo. Y cada vez que se cuenta, varía, como una pieza de Bach. Cada vez que se cuenta, se altera el orden de los episodios. ¿Cómo comunicarse en pareja si la memoria nos juega estas malas pasadas? La respuesta está en Barbados.
