Por David Gaitán
Fotos: Jero Morales
Conversar en torno a la democracia, problematizarla, es desde hace algunos siglos un tema de vigencia garantizada. Sin embargo, en tanto que el teatro tiene la obligatoriedad de hablarle al espectador frente a sí, no basta con asumir que un tema se insertará en el momento sociopolítico solo porque en otras latitudes así lo hizo.
Hace algunos años que monté esta obra en México, la temperatura social estaba determinada en buena medida por un hecho oscuro de la historia reciente mexicana: la desaparición forzada de 43 estudiantes (que se sumó a la de cientos de miles de personas más) por parte -presumiblemente- del gobierno mexicano de entonces. Las salidas en masa que muchas familias hicieron con el fin de encontrar el cuerpo de sus seres queridos para encontrarlos con vida o darles la sepultura que merecían hacían que el proyecto Antígona tomara una relevancia particular desde el ángulo político y un sutil peligro desde el artístico, al correr el riesgo de ser catalogada como una apuesta oportunista frente al dolor de la sociedad.
La dirección de este nuevo montaje va íntimamente ligada con la voluntad de hacer los ajustes necesarios al texto (desde conjugaciones y modismos hasta acentos discursivos) en pro de una comunicación poderosa con quienes asistan a la sala. La democracia representativa, la transición que las fuerzas políticas de oposición tienen que atravesar una vez que consiguen el objetivo de ocupar el poder, la desinformación como estrategia para incidir en procesos democráticos, la popularidad como disfraz para discursos de odio, son algunos de los temas que con Antígona pueden abordarse en aras de dialogar elocuentemente con la sociedad española que potencialmente asistirá a la representación.